Gabriel Saldivia
Gabriel Saldivia |
Qué triste sería pasar por los días y noches del mundo, sin dejar siquiera una palabra, que diga lo que somos, lo que una vez fuimos. Una palabra al menos, para ser leída por los hijos de nuestros sueños, dudas y aciertos que configuran nuestro paso fugaz por los laberínticos pasillos de la vida. Sería muy triste pasar sin ni siquiera intentar abrir la puerta de esa casa mágica hecha de palabras, que nos invitan a dialogar con nuestros silencios y misterios. Esa casa que nos esperan siempre desde las más apartadas estanterías. Porque esos son los libros, casas de
voces para ser leídas y escuchadas. Lugar que propicia el encuentro con otras vidas, otros espacios, otras historias y con personajes rebelándose en el misterio de la palabra que los nombra y los eterniza. Cada libro contiene sin lugar a duda, una lucha constante por vencer la brevedad del tiempo que nos signa. Cada libro hace del instante vivido, instante que no vuelve, pero que se hace imperecedero en la palabra impresa, que hace posible el milagro de la trascendencia.
Somos personajes de un libro que tal vez no llegue a escribirse nunca. O
personajes del libro que no leeremos, ese libro que se extravía entre ocultos anaqueles y entre las miles de páginas que conservan en sus tintas la voz de una buena parte de la historia de la humanidad. Entonces, dónde buscarnos si somos personajes en constante configuración y transformación. Personajes inmersos en aquello que trascurre con asombrosa rapidez, que apenas alcanzamos a leer en las páginas de nuestras vidas, sólo fragmentos y palabras rotas, que se van quedando calladas en alguna calle de nuestra pequeña historia, pequeña pero particular, única e irrepetible en la sagrada vida de todo ser humano, que habita este extraordinario y muchas veces maltratado planeta.
A veces, leer un libro nos hace cruzar puentes hacia paisajes sólo posibles
en el reino de la fantasía y el sueño. Paisajes que habitamos y recorremos en las naves de la imaginación. Paisajes que nos hacen sentir emociones, que nuestra realidad circundante nos resultaría imposible de alcanzar. Y si nos adentramos en otras lecturas podemos ir a lugares, pueblos y ciudades en alas mágicas de cuentos y novelas que nos invitan a realizar viajes inesperados.
Leer un libro nos convierte inevitablemente en el otro, nos hace caminar por los predios de otra vida, por lo general, distante de la rutina que nos agobia. Pero, si leemos otras páginas, nos encontramos también con historias crudas y lamentablemente reales sobre guerras, invasiones, hambrunas y otras desgracias padecidas por la humanidad.
voces para ser leídas y escuchadas. Lugar que propicia el encuentro con otras vidas, otros espacios, otras historias y con personajes rebelándose en el misterio de la palabra que los nombra y los eterniza. Cada libro contiene sin lugar a duda, una lucha constante por vencer la brevedad del tiempo que nos signa. Cada libro hace del instante vivido, instante que no vuelve, pero que se hace imperecedero en la palabra impresa, que hace posible el milagro de la trascendencia.
Somos personajes de un libro que tal vez no llegue a escribirse nunca. O
A veces, leer un libro nos hace cruzar puentes hacia paisajes sólo posibles
Leer un libro nos convierte inevitablemente en el otro, nos hace caminar por los predios de otra vida, por lo general, distante de la rutina que nos agobia. Pero, si leemos otras páginas, nos encontramos también con historias crudas y lamentablemente reales sobre guerras, invasiones, hambrunas y otras desgracias padecidas por la humanidad.
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