Rolando Gabrielli
Con frecuencia los
futurólogos anuncian la decadencia, desaparición, extinción del
libro. La lectura es un vicio mayor para el que no existe tiempo en
la actualidad. La juventud se disparó por la imagen digital, los
juegos electrónicos, la música, la diversión en discotecas. Los
libros son un montón de páginas llenas de polvo convertidas en un
objeto lanzado en algún rincón de la casa, cuando existen. Internet
y la televisión por cable, los dos más grandes pretextos para
arrinconar al libro.
En las últimas dos
décadas el libro, sin duda, confronta los fantasmas de la sociedad
digital, de la mecanización de la vida, de la banalización de la
sociedad, del endiosamiento del mercado, de la publicidad sin rostro,
sin cabeza, sin creatividad, de la idiotización del hombre del siglo
XXI, la virtualización de la mediocridad, los precios
salvajes del mercado y la filosofía impúdica hacia lo pragmático, donde el libro pareciera no tener un valor tangible para quien lo lee.
salvajes del mercado y la filosofía impúdica hacia lo pragmático, donde el libro pareciera no tener un valor tangible para quien lo lee.
Existe un verdadera
conspiración contra el libro, el lector, cuando vemos además
sumarse a los propios libreros que nos llenan con baratijas de
autoayuda, los gobiernos le imponen tributos como si fuera un
Mercedes Benz, se acosa a las editoriales con la ausencia de
políticas de fomento, los ministerios de educación no renuevan sus
programas de lecturas, y el libro es castigado como el peor
estudiante de la clase en el rincón del olvido. Afortunadamente
Argentina, Chile y México han lanzado una cruzada social a favor del
libro. En el metro, México, en los estadios, Argentina, Chile ahora
en el centenario de Neruda. No es suficiente, pero es un primer paso.
Condenado por siglos al
misterio, quemado por nazis y Pinochet, satanizado por la Iglesia,
poderoso por sus saberes, devorado en Alejandría, destruido en la
China imperial, el libro nos sonríe desde la memoria y su sabiduría
es un poderoso fuego en el alma del hombre. Un niño necesita a un
libro como a su madre. Un padre que no lee es un mal libro para su
hijo.
El libro es un gran
pretexto para encontrarse con uno mismo. Una manera sencilla,
apasionante de viajar, de ampliar el mundo, conocer los pisos de la
psiquis del hombre, la secreta recreación del amor, la exaltación
del placer individual, una mirada solitaria como si una gran pantalla
se abriera con un mundo lleno de cosas nuevas para disfrutar,
aprender, conocer y crecer. Un libro cuando es verdadero deja que sus
páginas corran en silencio y se
Leyendo en la peluquería.Ilustración Isaac Soyer |
El libro despierta los
sentidos, es una de las experiencias más fantásticas de la
realidad. Compañero ejemplar, puede estar a solas con él en un
baño, parque, bus, en el metro, una habitación, ascensor, en las
horas vacías.
Los libros transforman
las vidas de las personas. Hacen vivir y soñar. Crean espacios
nuevos, mundos, hacen escuela, humanizan, y desde luego, entretienen.
Nada peor que un libro aburrido, es cierto, sin humor, sin amor, sin
espíritu, sin pasión, sin ficción, sin realidad, sin vida. Un
libro debe movilizar nuestros sentidos.
El libro está destinado
para cambiarnos, hacernos reflexionar y nunca ser los mismos después
de su lectura. Un libro es tan claro como el día y oscuro como la
noche, siempre una moneda de dos caras, sin ninguna, en ocasiones,
rostro de muchos rostros con sus respectivas máscaras, pero siempre
real, como la ficción de la vida.
El libro es un amigo,
pero no debe hacer concesiones, fiel, pero no estúpido, ni
condescendiente. Un libro sin duende, sin magia, sin una historia, es
como salir de paseo con un dinosaurio en un desierto en búsqueda de
la última Coca-Cola.
Son tiempos para sentarse
en un balcón a ver pasar el pesimismo, como un inquilino rabioso que
mañana será expulsado de la propiedad privada. Días macilentos,
desencajados, estrellados en el rompeolas de algún puerto, minutos a
la deriva en el camarote de un náufrago, tiempo para audaces
especuladores que traen la peste negra y esperan como grandes ratones
que el barco se hunda para repartirse el queso.
Los libros son letra
muerta para muchos, papel inútil, instrumento de
Entre páginas Ilustración de Wyndham Lewis |
Por cada vocal,
consonante, palabra, oración, frase, página quemada, se incendian
miles de lectores en distintos lugares del planeta y tiempos, con una
nueva palabra iluminada.
Lo presentan como un
minusválido, arrinconado en una mesita, con sus orejas rojas de frío
y vergüenza, a veces sudando de escalofrío, pensando que nadie lo
leerá ni llevará de apunte. Cuando salen a remate en baratillo, ya
saben que su humillación es total. Manoseados y olvidados, desprecio
al cuadrado. Quizás tengan la suerte de caer en manos de un buen
lector. Es su última esperanza. Si en las de un joven lector, la
palabra echará raíces aun más profundas.
Cortesía LETRALIA
http://www.letralia.com/ciudad/
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