Beatriz Mendoza Sagarzazu
Diciembre
No puedo reconstruir sus días desiguales, alineados y paralelos, atravesando cada año el tiempo previsto y señalado.
Inútilmente espero el signo que me lo reintegre. Con la infancia dejé atrás sus caminos, y al regreso no he hallado señales de humo aguardándome. ¿Qué sueños llenaban los instantes?¿Qué pequeñas angustias rompían el equilibrio de las horas. Si todo fuera volver. Si todo fuera volver al encuentro de la misma calle con las mismas casas, de las casas con las mismas gentes, de las gentes con los mismos rostros, con las mismas voces, con los mismos gestos. Si tan solo pudiéramos encontrarnos los mismos. Separar lo nuestro. No equivocarlo. ¿Cómo hallar las manos que un día nos tocaron? ¿Cómo retener el juego que nos hizo felices, las palabras que hemos olvidado?
¡Ah diciembre, diciembre! ¡Y esa brisa que quiere quedarse, esa brisa que dice y que no dice de cosas lejanas! Pero el recuerdo no encuentra donde asir sus manos blancas, no halla metales qué soldar, ansioso y persistente. Sólo la nostalgia se va multiplicando, apoyándose en una fecha, en un anhelo o en la brisa que canta. Al pasar.
Carta a Gaspar
Querido Gaspar:
Mi voz viene de lejos, del tiempo más distante de mí misma, libre, recobrada: ¡agua encendida por la luz de mi infancia, estrella ahora tan lejana! ¿Te acuerdas? Una vez la tuve vibrante, temblando y enredada. Era la época del sueño vivido que no se sabe sueño. ¿Por qué no lo sabemos entonces? Entonces, con el inolvidable entonces de los cuentos infantiles, te escribía una carta todos los años para pedirte dulces, patines, muñecas y cuántas cosas más que no recuerdo. Claro. En tu camello no hubo nunca puesto para el burrito de verdad que siempre reclamaba. Pero era tan fácil creerlo, esperar sus orejas altas y puntiagudas asomándose desde el diminuto zapato. Anhelaba verte. ¡Cuánto lo anhelaba! Cada año permanecía despierta, en guardia, vigilando tu llegada. Pero el sueño vencía siempre y entraba en mí su invasión de pestañas caídas. Un día, recuerdo me levanté temprano – más temprano que los demás -, y corregí a mi favor una posible equivocación tuya. ¡Pero mamá lo supo: le hacías muy bien el inventario de las cosas dejadas en una casa de las tantas de mi ciudad!
¡Ah! pero una noche… ¡Cómo lloré entonces! Blanca Nieves, Blanca Flor, Caperucita, los enanos y los gnomos se perdieron esa vez, y para siempre.
Gaspar, Gaspar, mi rey mago de la infancia: hoy te escribo desde un mundo de pronto recobrado. ¡ Porque hoy hallé una carta de una niña de siete años pidiéndote patines, la muñeca que vi en la vidriera y un burrito de verdad!
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