Arnaldo Jiménez
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Foto Cortesía Correo Cultural |
Los
docentes que dentro de su aula imponen una pedagogía propia, la invención y la
imaginación los lleva a hacerles la vida más placentera a sus alumnos. He
conocido a algunos. Recuerdo que en la Universidad de Carabobo me tropecé con
uno de ellos, se llama Ramón Núñez. Un profesor que dejaba de lado el programa
y nos ponía a leer libros completos de excelente textura narrativa; un profesor
que no lo era, con una barba ceniza y escasa, larga y flaca como la contextura
corporal de él. Yo vivía asombrado con sus clases, siempre recordaré cuando se
le acercó a una muchacha muy bonita y sobando su barba le dijo: “señorita, ¿a
usted no le molesta de noche el ruido de las estrellas?”; yo me reí y me
interesé por ese modo de ver la clase como una conversación para detenerle el
mundo a los demás.
En
ese tiempo nos mandó a leer “Eros y civilización” de Hebert Marcuse. Devoré ese
libro como todos los de psicoanálisis que después cayeron en mis ojos, me
parecía algo revelador, me parecían verdades que brotaban al pasar sus hojas.
Siempre he odiado la existencia del dinero. Ramón, una vez me dijo en uno de
los pasillos, que la utopía marxista se basaba en la posibilidad de vivir sin
dinero. Esa noche no dormí pensando que el mundo tenía matices que yo
desconocía. Jamás me pude cambiar de profesión, yo intenté ser médico, pero los
libros y los maestros de la facultad de Educación me atraparon y me nació un
hambre por saber que aún no ha sido saciada. Y en verdad, estoy agradecido de
esos sucesos.
Es
difícil que los libros aparezcan solos, siempre hay un maestro o varios de
ellos que nos los presentan, que nos motivan, que nos seducen con un libro que
nos marca o nos acompaña. Otro libro espeluznante me fue presentado por otro
Núñez, esta vez fue Freddy Núñez, él no sólo me dio a conocer Tótem y Tabú, de
Freud, texto que coloca a dios en su fuente: la psique humana en su interacción
fluctuante con la construcción de las ilusiones sociales y culturales, si no
que me hizo interesarme para siempre por la etnología, por la historia de los
pequeños seres. Tiempo después, Ramón me dijo, en una de nuestras
conversaciones, que el maestro no existe. Frase contundente que movió mis
cimientos. Me sugirió que leyera de Carlos Castañeda ese libro magnifico
llamado: Las enseñanzas de Don Juan. Sordo a sus consejos, lo vine a leer como
cinco años después y constaté aquélla afirmación. El maestro es un ser muy
extraño para que hayan tantos en las escuelas. El maestro es uno de los
responsables de guardar libros abiertos en el alma de los alumnos. No es un
secador de espíritus.
Quizás
aún no hemos medido la importancia del hecho probable de que la literatura sea
el norte de nuestras enseñanzas. Todo lo que no cumple el programa, todo lo que
queda fuera de los objetivos, de las evaluaciones, de los ejes transversales,
aquello que no pudo entrar en las planificaciones, no está hecho sólo de
deficiencias académicas sino de insuficiencias para enfrentarse a la vida con
una conciencia más amplia de lo que eso significa, la lectura cumple con ese rol,
la lectura de buena literatura permite que las palabras hagan un trabajo más
hondo en los educandos, en esa región, también extraña, que hemos convenido en
llamar alma. De tal manera que el costado de la sabiduría, que no consta en
ningún programa, el costado de la capacidad de hacerse preguntas y buscar las
respuestas, es decir de leerse y escribirse, el docente puede fomentarlo
llevando libros a su aula, libros que cumplirán con esa función que casi
siempre dejamos de lado.
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Cada libro tiene sus reductos secretos. Ilustración de Roger Olmos |
La
biblioteca de aula y las bibliotecas en general suministran buenos libros que
pueden ayudar en el sentido antes citado; pero también es importante que el
docente tenga una selección personal de libros que tengan como centro la
movilización de diferentes emociones, alegría, tristeza, miedo, rencor,
envidia, alegría, celebración, traición, etc., y se los haga notar a sus
alumnos en el contexto de una conversación espontánea, no aburrida, sin
preguntas académicas. Pero insisto en un aspecto que atañe a toda la escuela:
transformar el programa, la lectura no es un asunto que deba circunscribirse a
la espacialidad de una materia. La enseñanza por medio de la literatura rompe
este estrecho cerco que precisamente forma parte de lo que tiene al mundo al
revés.
La
producción de una competencia lectora, crítica y autocrítica, al igual que la
de una competencia en escritura sería el propósito principal de la escuela
básica. En la plataforma de estas producciones está la concepción de la
lectura, según el concepto que se maneje o el que más se utilice puede darse
las formaciones externas e internas que antes mencionamos o pueden ser
truncadas. La lectura como instrumento de ampliación de la conciencia en todos
sus ámbitos es la que yo utilizo y propongo para la escuela básica, porque esta
ampliación supone la entrada del otro con sus errores y aciertos, con su mundo
de vida, en mi conciencia, por tanto esta lectura promueve la empatía, las
conexiones necesarias con lo que vive fuera de mí. El neurobiólogo Francisco
Varela ha propuesto a la empatía como una materia necesaria en la escuela
básica. ¿Por qué esta insistencia? No es una respuesta fácil, trataré de
resumirla: hasta ahora el uso de la lectura tal como lo he venido señalando es
una acción
aislada, algunos maestros la emprenden, no es una práctica
generalizada. Por tanto, siempre les digo a mis alumnos, aprovechen de
disfrutar este tiempo en el que están despiertos o han podido medio abrir los
ojos, porque después pueden volver a quedarse dormidos. Este sueño, que es una
patología social y cultural, puede darse cuando pasen de grado y no continúen
con el mismo docente sino con otro para quien el libro no tiene ninguna
importancia o tiene una importancia secundaria en relación al cumplimiento de
los objetivos programáticos. También se da cuando pasen a un nivel escolar
superior, de la escuela básica a la diversificada por ejemplo. Al decir
superior, estoy cayendo en la confirmación de lugares comunes. Si en la escuela
básica se forja la competencia lectora y los estudiantes crean sus propios
pensamientos en la escritura de poemas, cuentos o ensayos, sucede que este
nivel es superior al diversificado, porque en este los estudiantes son
encausados en la paranoia de las exposiciones y los exámenes perversos y el
alma no se nutre con los remedos del saber. Debemos tener pues, una misma
concepción filosófica de la lectura. Por supuesto, aún tenemos el gran problema
de contar con una gran cantidad de docentes no lectores, una de las funciones
pedagógicas del capital.
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Ilustración de Caitlin Clarkson. |
Para
que los libros dialoguen dentro de las aulas con sus lectores, los docentes
deben
propiciar las condiciones emocionales y físicas para que esos diálogos
sucedan. En mi caso, la postura pedagógica que asumo es la de la amistad, el
juego, el de ser una persona accesible, que da confianza que muestra su deseo
de ayudar. Por otra parte he inventado dos materias siamesas, taller de lectura
y taller de redacción. En el primero, después de los instantes de seducción, de
enamoramiento y de entusiasmo por la lectura han hecho su trabajo, los
estudiantes son libres de leer en la parte del salón que más les guste, pueden
unir sillas, sentarse en el suelo, traer sábanas y acostarse, en fin, ellos
crean las condiciones para la comodidad de leer. Cuando los autores y los
libros se sostengan por sus importancias en la cultivación del alma y la
conciencia, podremos imaginarnos la reacción y las marcas que pueden dejar las
visitas de escritores a las escuelas. Puede ser todo un acontecimiento “gustativo”
perenne.
Quiero
finalizar puntualizando que sin el uso de la lectura en un contexto más amplio
y dirigido hacia la libertad del ser humano, la escuela seguirá reproduciendo
el estado carcelario y opresivo de la sociedad que nos ha tocado vivir y a la
cual estamos obligados a entender para poder afirmarnos como individuos. La
escuela está obligada, moralmente, a develar las opciones y no a imponer
consciente e inconscientemente una sola opción, un solo mandato, adorarás al
dinero por encima de todas las cosas, consumirás todo lo que puedas hasta
perder la vida sin haberla vivido. La escuela debe dejar de, como dice Eduardo
Galeano, enseñar la ignorancia.
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