Carlos
Yusti
Jacek Yerka. Polaco |
Mi
amigo Pedro Téllez fue quien me proporcionó noticias de una
publicación que realizaban los pacientes del siquiátrico de Bárbula
en Valencia. Para mi resultó un hallazgo sorprendente. En primer
lugar la escritura tiene mucho de terapia y de locura combinadas.
Concebir mundos, con personajes y situaciones determinadas, a través
de la literatura tiene como es lógico un poco de esa locura con
método de la que dio muestras ese sempiterno personaje de
Shakespeare llamado Hamlet. En segundo lugar para acometer la
escritura de cualquier texto se necesita cierta coherencia para
ordenar los pensamientos y darle una equilibrada transparencia a las
palabras en esas cuerda tensa de la página en blanco.
Una
de las imágenes que conservo de mi ciudad natal Valencia, tiene que
ver con la locura. Debido a que su siquiátrico se encuentra en sus
entrañas no era insólito ver algún ser desvalido, y atenazado por
la locura, deambulando por sus calles. El siquiátrico de Bárbula no
era una cárcel y las medidas de seguridad existían, pero no poseían
esa rigurosidad carcelaria. En un momento de negligencia o descuido
alguno de los enfermos, como si fuera una obra teatral, se metía en
su papel de normalidad y lograba burlar la seguridad. Deambulaban por
la ciudad perdidos en esa oscuridad a pleno día de la locura. Luego
de algunos días andaban desprovistos de toda higiene. Tendría como
ocho años y andaba con mamá por la ciudad. De repente un hombre
semidesnudo se abalanzó sobre nosotros. Mi madre me tomó de la mano
y escapamos en veloz carrera. Yo giré la cabeza y el hombre se quedó
parado girando sobre sí mismo en una especie de éxtasis. Se detuvo
y de repente tuvo como un fogonazo de lucidez, se arrodilló y se
echo a llorar en mitad de la calle.
Hace
poco estuve en Valencia y Pedro Téllez me propuso hacer a dos manos
una antología de la publicación hecha por los pacientes del
siquiátrico. Pedro tiene facsímiles completos de la publicación.
Es necesario ordenar las piezas.
Escribir
desde ese paisaje desolado de la locura es complejo. La historia de
la literatura registra casos bastantes singulares, pero el de el
actor, poeta y ensayista Antonin Artaud quizá constituya esa
parábola trágica que coloca todo en perspectiva. Artaud durante su
encierro en el manicomio de Rodez no dejó de escribir. Sus cartas,
reunidas después en libros, reflejan los altibajos de un espíritu
desmantelado que lucha por recuperar no tanto su cordura, sino el
dominio creativo de su mente y de su cuerpo sometido a los rigores
tormentosos de los medicamentos y los electroshock. Quizá en esta
etapa lo conoció y trabó amistad el joven siquiatra español José
Solanes y entonces todas las piezas sueltas comienzan a confluir.
Jacek Yerka |
Luego
de muchos avatares llega a nuestro país hasta terminar en la ciudad
de Valencia y pasa a formar parte de la plantilla de médicos del
siquiátrico de Bárbula. Sin duda la presencia de José Solanes fue
decisiva para que los pacientes asumieran la escritura y luego
decidieran editar una modesta publicación. El nombre se decidió con
el concurso de los pacientes involucurados y así surgió:
Nanacinder. Solanes escribe a este respecto: “Las palabras viven
cautivas de su significado en los diccionarios en que se hallan
aparcadas. Pero Nanacinder fue un vocablo cimarrón. Lejos de todo
redil académico, por un tiempo pudo estar escribiéndose (¿o
galopando?) sin arnés que impusiera sentido ni jinete que le diera
dirección. Nanacinder fue una palabra libre. Se pensó que con una
palabra libre se podría hacer un periódico libre. Con su nombre,
inventado por un demente, se bautizó una revista que publicaron los
pacientes de la Colonia Psiquiátrica de Bárbula. Acogía también
la publicación. No sabemos si por compromiso, textos de enfermeros y
hasta de médicos”.
De
Nanacinder se editaron 24 números, entre 1954 y 1962, hasta su
clausura por las autoridades médicas de ese entonces que vieron en
la publicación una amenaza al discurso clínico, ya que los
pacientes a través de sus textos ofrecían una relación de su
enfermedad. Pedro Téllez escribe: “En los cuentos, poemas y
testimonios del Nanacinder literario, sus autores—los pacientes—
retratan su aislamiento, comunican su incomunicación, su
ensimismamiento. Hacen narrativa y poesía de su situación especial,
de su forma peculiar de ser en el mundo”.
A
esta labor intelectual de escritura también se incorporó el trabajo
propio que requiere una revista como son el diseño, la compaginación
y engrapado, corrección de texto y la edición llevada a cabo en
multígrafo. Nanacinder fue una experiencia, en cuanto a revistas se
refiere, extraña, anómala y fascinante. Los textos aparte de
calidad tienen humor y ese sentido surrealista de una escritura hecha
al borde de ese abismo donde la razón se borra para dar paso a ese
paisaje pintado con todos esos monstruos surgidos de ese sueño de la
razón que Goya trató de plasmar en uno de sus grabados.
La
revista Nanacinder hay que situarla desde la espontaneidad de su
alegato. Se escribe desde la locura y la enfermedad es el eje de esta
escritura que sale a flote a la superficie con todo el dolor de la
simplicidad, con toda esa sencilla desgarradura de voces que buscan
su espacio, de voces que trataron de hacer visible el silencio del
aislamiento a través de la escritura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario