viernes, 18 de marzo de 2016

César Vallejo: La poesía sin fronteras

“No me faltaste en vida,
sino en muerte”
Pablo Neruda

David Figueroa Figueroa 


La poesía es la palabra donde se multiplican todas las visiones que de una forma u otra puede el hombre poseer. Es que ella posee el don de la ubicuidad, cosa que no es gratuita puesto que tiene como amiga indisoluble a la metáfora. Los poemas por ser “flor escrita” que retrata en cierto modo lo vivencial, sin olvidar que las creaciones literarias son una mezcla de lo real con la ficción, el humor, muerte, la vida, la ira, el amor y muchas veces la ideología. El creador jamás es un ser alejado de la tierra que pisa, de la tierra que lo llenó de besos o espinas.

Este párrafo permite ahora decir algunas cosas sobre un poeta que una tía  me leía cuando era joven, me refiero a César Vallejo, hombre que hizo de la poesía una mano, un brazo, un cerebro y sobre todo un mar por donde la humanidad navega por los siglos de los siglos.


Muchas veces he recitado El pan nuestro, oigamos un fragmento:

“Se bebe el desayuno… Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno… La mordaz cruzada
de una carreta que arrastra parece
una emoción de ayuno encadenada”
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Del texto Los Nueve monstruos, algunos versos:

“I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente.”

Tal vez porque en él encontré que la solidaridad cabalgaba y cabalga por todos los senderos de la humanidad, los huesos y la carne fusionados de tal manera, que es el mar con sus olas, lo sentido como fruto multiplicado para dejar sus aguas en los desiertos de la vida. No en vano algunos críticos opinan que Vallejo pudo ser cristiano y también marxista. Opino que cuando se escribe ya sea prosa o verso, dejamos constancia de nuestra formación teológica; por lo tanto los versos generalmente tienen su impronta. Además jamás debemos olvidar que se puede ser cristiano sin llegar al fanatismo religioso: “Pestaña matinal, no os levantéis! / ¡El pan nuestro de cada día dánoslo / Señor…!.
El investigador Ricardo González Vigil opina del texto lo siguiente: “El pan nuestro es uno de los poemas más hondos y estremecedoramente vallejianos de Los Heraldos Negros. Los temas de la sensibilidad frente al hambre de los pobres y desvalidos, de la solidaridad (que aquí, en los versos 10-14 alcanza tono de insurrección violenta para implantar la justicia”. 
 
Desde cualquier óptica que se vea la obra vallejiana, vamos a conseguir un hombre unido sin lugar a dudas al mismo hombre, lo humano convertido en caminos con huellas como hermanas. El sentimiento navegando lo cuatro puntos cardinales del globo terráqueo. El amor no solamente como herramienta de todo aquel que quiere ver al mundo disfrutando, gozando de la miel de las abejas y de cosechas propias del agricultor, también le escribía Vallejo al querer idílico, al amor que junto a la mujer se transparentan o se vuelven leña y carbón, unión y separación:

“Que estará haciendo a ésta hora mi andina y dulce Rita
 de junco y capulí; 
ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita
 la sangre, como flojo coñac, dentro de mí. 
Dónde estarán sus manos que actitud conscripta 
planchaban en las tardes blancuras por venir;
ahora, en esta lluvia que me quita
 las ganas de vivir”. 

Jorge Guzmán es certero cuando opina: “Lo distintivo de Los Heraldos Negros es que documenta el pasaje de su autor desde la poética del modernismo a una nueva manera textual. Y como hablando de Vallejo la singularidad es la norma, no cabe caracterizar esta manera textual sino diciendo que cuando en los libros posteriores llegue plenamente a ser, será vallejiana”.

Otra característica que conseguimos en este poeta de universal valía, es jamás sintió miedo cuando empleaba la palabra, por eso vemos una gran cantidad de neologismos, coloquialismos y verbo que nada tienen que ver con los tiempos, su poesía lo retrata y tal vez Rubén Darío es su hermano no sólo porque son latinoamericanos, es que los une el ver hecho una poesía para la eternidad, hombres y mujeres que cada vez se unen a la lectura. 

El poeta que ignore que la palabra es el don más importante que la naturaleza o Dios dio al ser humano, al caminar tropieza. Porque la poesía es un entretenimiento, un placer hecho con talento, constancia que se pasea por los vericuetos del desdoblamiento, el cuerpo y el alma tan reales como imaginarios. De aquí que muchos escritores son tanto barro como de carne, dioses y demonios convertidos en aves al llegar la imaginación. No cabe duda que los símbolos no son descifrables en toda su totalidad, pero si un lector le queda un verso, una estrofa o un poema de cualquier autor, entonces no ha pecado en vano, o mejor decir no ha escrito en falso. 

Estando por estos lares, me a refiero Perú (1979) compré el libro De Palma a Vallejo de Mario Castro Arenas, eso me permitió apreciar más al poeta, en un párrafo de él conseguimos: “Cierto es que en Vallejo el hombre y el artista se imbrican sólidamente. Cierto es que independizar la peripecia humana del proceso de creación artística en un poeta como Vallejo conlleva un grave riesgo de estimativa. Pero no es menos cierto que la tendencia predominante de la valorización extraliteraria ha restringido el conocimiento de su técnica poética”. 
 
Siempre expreso que la palabra trasciende gracias a ese mágico sentir que a veces puebla tanto lo sagrado como lo profano. En ella las cosas se vuelven un mar de grandes misterios cuando el lenguaje es tocado por la vara mágica de las figuras literarias, pero más por la ciudadana metáfora, además si éste confluye en los hallazgos expresivos de los caminos de la escritura y lectura. Ambas jamás deben separarse porque son más que hermanas. Se puede afirmar que el poeta nace y renace y como todo mago vuela por la inmensidad del infinito tiempo y nos regala imágenes comparadas con su entorno y otros espacios lejanos, el verdadero creador nunca deja de afirmar que su cuerpo pertenece y pertenecerá al cristal siempre luminoso de la tierra. El poeta es montaña, mar, río y sobre todo es la imagen de carne y hueso de aquel que anda dentro y fuera de su cuerpo. Quien olvida que tiene hermanos posiblemente en su tumba tendrá como epitafio; aquí está aquel que jamás estuvo, y nunca estuvo porque ni la misma tierra lo quiso en su seno.

De Vallejo alguien dijo, su Arte fue su vida, y su vida era un constante condolerse del hermano hombre, escuchemos:

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: ¡No mueras, te amo tanto!
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
¡No nos deje! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!
Pero el cadáver ¡ay! Siguió muriendo. 

En la parte final del poema leemos:

“Entonces, todos los hombres de la tierra
  le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
  incorporóse lentamente,
  abrazó al primer hombre; echóse a andar”.

En el texto La poesía del yo a nosotros de Manuel Mantero conseguimos: “En Vallejo existen dos hombres, en continua renovación, sustituidos, Vallejo le dice a Vallejo: “…y quisiera yo ser bueno conmigo en todo”. Más adelante: Siente pena del Vallejo desamparado y golpeado. César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro / también con una soga; son testigos / los días jueves y los huesos húmeros / la soledad, la lluvia, los caminos”.
Concluyo con un soneto que le escribí a todos los poetas del mundo y que tiene como título Poesía:

Levanta la palabra su castillo
con memorias pasadas y presentes.
Constancia del centavo por sencillo
y los huesos oscuros por ausentes.
La palabra, lo verde, lo amarillo,
desparramados cuerpos que vivientes
ven en la travesía su gatillo.
Árboles de maderos omniscientes.
Velamen todos mar, canción bravía,
navegante de lunas, guardián del día.
Sencillamente luz, sencillamente.
Lanzar el caracol su voz de río
soñada por el sol de su plantío.
Sencillamente luz. Eternamente. 

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