lunes, 13 de enero de 2014

Cuando los libros dialogan


Arnaldo Jiménez

Foto Cortesía Correo Cultural
Los docentes que dentro de su aula imponen una pedagogía propia, la invención y la imaginación los lleva a hacerles la vida más placentera a sus alumnos. He conocido a algunos. Recuerdo que en la Universidad de Carabobo me tropecé con uno de ellos, se llama Ramón Núñez. Un profesor que dejaba de lado el programa y nos ponía a leer libros completos de excelente textura narrativa; un profesor que no lo era, con una barba ceniza y escasa, larga y flaca como la contextura corporal de él. Yo vivía asombrado con sus clases, siempre recordaré cuando se le acercó a una muchacha muy bonita y sobando su barba le dijo: “señorita, ¿a usted no le molesta de noche el ruido de las estrellas?”; yo me reí y me interesé por ese modo de ver la clase como una conversación para detenerle el mundo a los demás.
En ese tiempo nos mandó a leer “Eros y civilización” de Hebert Marcuse. Devoré ese libro como todos los de psicoanálisis que después cayeron en mis ojos, me parecía algo revelador, me parecían verdades que brotaban al pasar sus hojas. Siempre he odiado la existencia del dinero. Ramón, una vez me dijo en uno de los pasillos, que la utopía marxista se basaba en la posibilidad de vivir sin dinero. Esa noche no dormí pensando que el mundo tenía matices que yo desconocía. Jamás me pude cambiar de profesión, yo intenté ser médico, pero los libros y los maestros de la facultad de Educación me atraparon y me nació un hambre por saber que aún no ha sido saciada. Y en verdad, estoy agradecido de esos sucesos.
Es difícil que los libros aparezcan solos, siempre hay un maestro o varios de ellos que nos los presentan, que nos motivan, que nos seducen con un libro que nos marca o nos acompaña. Otro libro espeluznante me fue presentado por otro Núñez, esta vez fue Freddy Núñez, él no sólo me dio a conocer Tótem y Tabú, de Freud, texto que coloca a dios en su fuente: la psique humana en su interacción fluctuante con la construcción de las ilusiones sociales y culturales, si no que me hizo interesarme para siempre por la etnología, por la historia de los pequeños seres. Tiempo después, Ramón me dijo, en una de nuestras conversaciones, que el maestro no existe. Frase contundente que movió mis cimientos. Me sugirió que leyera de Carlos Castañeda ese libro magnifico llamado: Las enseñanzas de Don Juan. Sordo a sus consejos, lo vine a leer como cinco años después y constaté aquélla afirmación. El maestro es un ser muy extraño para que hayan tantos en las escuelas. El maestro es uno de los responsables de guardar libros abiertos en el alma de los alumnos. No es un secador de espíritus.
Quizás aún no hemos medido la importancia del hecho probable de que la literatura sea el norte de nuestras enseñanzas. Todo lo que no cumple el programa, todo lo que queda fuera de los objetivos, de las evaluaciones, de los ejes transversales, aquello que no pudo entrar en las planificaciones, no está hecho sólo de deficiencias académicas sino de insuficiencias para enfrentarse a la vida con una conciencia más amplia de lo que eso significa, la lectura cumple con ese rol, la lectura de buena literatura permite que las palabras hagan un trabajo más hondo en los educandos, en esa región, también extraña, que hemos convenido en llamar alma. De tal manera que el costado de la sabiduría, que no consta en ningún programa, el costado de la capacidad de hacerse preguntas y buscar las respuestas, es decir de leerse y escribirse, el docente puede fomentarlo llevando libros a su aula, libros que cumplirán con esa función que casi siempre dejamos de lado.
Cada libro tiene sus reductos secretos. Ilustración de Roger Olmos
Mi experiencia, a lo largo y ancho de veinte años en la escuela básica, me ha hecho entender que la lectura tiene varios matices dentro del salón de clase: primero es una actividad solitaria que está movilizando las emociones, las sensibilidades, los niveles de pensamiento y la amplitud del habla que, son todas funciones colectivas del encuentro con el otro y con lo otro, esto último sería lo impredecible en el ser humano. Segundo, me he encontrado con grupos en los que hay demasiada apatía, un pensamiento que casi muere por desuso y una completa separación con el libro. Incluso, grupos en grados avanzados en los que muchos estudiantes que aún ignoran el sonido de las letras. En casos como estos, muy comunes en escuelas de sectores empobrecidos, la lectura dramatizada de cuentos es una herramienta fundamental para enamorarlos a los libros y activar la imaginación. El libro pues, y no tanto el docente en su función formal, es el responsable de la formación social, externa, y de la formación subjetiva o enriquecimiento interno de los educandos o de los individuos. Aclaremos de paso que estas dos funciones se alimentan mutuamente. Qué maestro puede cumplir con todos esos objetivos, sería imposible lograrlo sin la ayuda de esos otros maestros extraños que yo llamo libros, están allí, esperando que se le dé la justa medida de atención que cada quien es capaz de dar. Sólo llevando libros que tengan el papel principal de enseñar podemos señalar caminos y extraer potencialidades, el maestro de aula es sólo un auxiliar de los escritores; pero es quien coloca la primera piedra.
La biblioteca de aula y las bibliotecas en general suministran buenos libros que pueden ayudar en el sentido antes citado; pero también es importante que el docente tenga una selección personal de libros que tengan como centro la movilización de diferentes emociones, alegría, tristeza, miedo, rencor, envidia, alegría, celebración, traición, etc., y se los haga notar a sus alumnos en el contexto de una conversación espontánea, no aburrida, sin preguntas académicas. Pero insisto en un aspecto que atañe a toda la escuela: transformar el programa, la lectura no es un asunto que deba circunscribirse a la espacialidad de una materia. La enseñanza por medio de la literatura rompe este estrecho cerco que precisamente forma parte de lo que tiene al mundo al revés.
La producción de una competencia lectora, crítica y autocrítica, al igual que la de una competencia en escritura sería el propósito principal de la escuela básica. En la plataforma de estas producciones está la concepción de la lectura, según el concepto que se maneje o el que más se utilice puede darse las formaciones externas e internas que antes mencionamos o pueden ser truncadas. La lectura como instrumento de ampliación de la conciencia en todos sus ámbitos es la que yo utilizo y propongo para la escuela básica, porque esta ampliación supone la entrada del otro con sus errores y aciertos, con su mundo de vida, en mi conciencia, por tanto esta lectura promueve la empatía, las conexiones necesarias con lo que vive fuera de mí. El neurobiólogo Francisco Varela ha propuesto a la empatía como una materia necesaria en la escuela básica. ¿Por qué esta insistencia? No es una respuesta fácil, trataré de resumirla: hasta ahora el uso de la lectura tal como lo he venido señalando es una acción
Ilustración de Caitlin Clarkson.
aislada, algunos maestros la emprenden, no es una práctica generalizada. Por tanto, siempre les digo a mis alumnos, aprovechen de disfrutar este tiempo en el que están despiertos o han podido medio abrir los ojos, porque después pueden volver a quedarse dormidos. Este sueño, que es una patología social y cultural, puede darse cuando pasen de grado y no continúen con el mismo docente sino con otro para quien el libro no tiene ninguna importancia o tiene una importancia secundaria en relación al cumplimiento de los objetivos programáticos. También se da cuando pasen a un nivel escolar superior, de la escuela básica a la diversificada por ejemplo. Al decir superior, estoy cayendo en la confirmación de lugares comunes. Si en la escuela básica se forja la competencia lectora y los estudiantes crean sus propios pensamientos en la escritura de poemas, cuentos o ensayos, sucede que este nivel es superior al diversificado, porque en este los estudiantes son encausados en la paranoia de las exposiciones y los exámenes perversos y el alma no se nutre con los remedos del saber. Debemos tener pues, una misma concepción filosófica de la lectura. Por supuesto, aún tenemos el gran problema de contar con una gran cantidad de docentes no lectores, una de las funciones pedagógicas del capital.
Para que los libros dialoguen dentro de las aulas con sus lectores, los docentes deben
propiciar las condiciones emocionales y físicas para que esos diálogos sucedan. En mi caso, la postura pedagógica que asumo es la de la amistad, el juego, el de ser una persona accesible, que da confianza que muestra su deseo de ayudar. Por otra parte he inventado dos materias siamesas, taller de lectura y taller de redacción. En el primero, después de los instantes de seducción, de enamoramiento y de entusiasmo por la lectura han hecho su trabajo, los estudiantes son libres de leer en la parte del salón que más les guste, pueden unir sillas, sentarse en el suelo, traer sábanas y acostarse, en fin, ellos crean las condiciones para la comodidad de leer. Cuando los autores y los libros se sostengan por sus importancias en la cultivación del alma y la conciencia, podremos imaginarnos la reacción y las marcas que pueden dejar las visitas de escritores a las escuelas. Puede ser todo un acontecimiento “gustativo” perenne.
Quiero finalizar puntualizando que sin el uso de la lectura en un contexto más amplio y dirigido hacia la libertad del ser humano, la escuela seguirá reproduciendo el estado carcelario y opresivo de la sociedad que nos ha tocado vivir y a la cual estamos obligados a entender para poder afirmarnos como individuos. La escuela está obligada, moralmente, a develar las opciones y no a imponer consciente e inconscientemente una sola opción, un solo mandato, adorarás al dinero por encima de todas las cosas, consumirás todo lo que puedas hasta perder la vida sin haberla vivido. La escuela debe dejar de, como dice Eduardo Galeano, enseñar la ignorancia.

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