lunes, 1 de julio de 2013

Tejedores de imágenes

“Contar historias es un arte, un arte raro, pues su materia prima es lo inmaterial y el narrador de historias es un artista que teje los hilos invisibles de esa tela que es el narrar.”
Cléo Busatto

Giondelys Antonio Montilla Santiago
Cuentacuentos y escritor

Oscar Wilde nos contaba en su cuento “El narrador” la historia de un hombre muy querido en su pueblo por las historias que contaba. Todos los días salía al campo o la playa y al regresar la gente lo esperaba en la plaza del pueblo y le preguntaban qué había visto en su paseo, y el narrador les contaba que había visto un fauno que tañía su flauta y hacía bailar a una ronda de silfos en medio del bosque; otro día contaba que había visto a tres sirenas montadas sobres las olas a la orilla del mar que peinaban sus largos cabellos verdes con un peine de oro. Toda la gente era feliz por las historias que contaba. Sucedió que un día el narrador salió a dar su paseo pero al llegar a la orilla del mar, he aquí que se encontró con tres hermosas sirenas que peinaban sus largos cabellos verdes con un peine de oro. Y continuando su paseo,   cuando llegó al bosque vio  a un fauno que tañía su flauta y hacía bailar a una ronda de silfos. Esa tarde, cuando regresó  al pueblo ya la gente lo estaba esperando y le preguntaron, hombre, ¿qué has visto hoy?, ¡vamos!, cuenta, y el narrador les contestó: hoy no he visto nada.
De lo posible se sabe demasiado, dijo el trovador, y un narrador cuenta lo imposible, lo que existe sólo en su imaginario, en su mundo, en su mente. Que no es sólo su mundo, sino el de toda una comunidad que se ha perpetuado en el tiempo, en la memoria colectiva gracias a la palabra del hombre que cuenta. Un narrador ve más allá de los que el común de los hombres no ve y lo sabe contar para que pueda ser creído, una mentira que se hace verdad en la palabra y el gesto del narrador, en su mirada y con ella penetra en las almas de los que escuchan para que la historia sea hecha entre todos. “Una mentirita”, le pedían a Humberto Castillo, nuestro “Caimán de Sanare”, y él soltaba la lengua para contarles el día en que fue encerrado dentro de una auyama por un duende por haber cortado un árbol sin permiso o la historia de dos perros que eran tan bravos que se comieron entre sí.
Una vez, Armando Quintero, de “Los cuentos de la Vaca Azul”, me dijo que una tarde luego de una contada, un niño se le acercó y le dijo “en tus ojos veo el cuento que haces”. El  niño escuchó el cuento con sus ojos, la historia le llegó por medio de la imagen. Y eso es lo que hace un buen narrador, transmitir imágenes a través de sus palabras y de su cuerpo. Como nos los dice la narradora brasileña Cleo Bussato: “el narrador de historias crea imágenes en el aire materializando el verbo y transformándose él mismo en esa materia fluida que es la palabra” (Busatto.2005:09).
Al narrar, son las imágenes las que salen de la boca y de los gestos del
narrador. En ese instante de entrega al público, la mirada se pasea entre los asistentes para depositar en ellos la imagen del cuento que el narrador está visualizando internamente. Pero, no todo ocurre en la mente del cuentero, él sólo da unos chispazos para encender la imaginación en las mentes de los que escuchan porque el cuento se crea entre todos. Cada uno de los que escucha la historia va tejiendo sus imágenes con los hilos que el narrador les lanza al aire, y aunque se trate de la misma historia, cada quien construirá la suya según sus experiencias o referencias, según sus estados de ánimo o lo que esté buscando en ese momento; “es la historia de la vida de cada quien lo que determina con qué colores o con qué música va a sonar” (Busatto, 2005: 15). Son los mismos personajes, el mismo conflicto, el mismo ambiente pero con matices diferentes, con vestidos diversos, con salidas posibles. Y en eso estriba la magia del narrador, en crear imágenes en las mentes de los que escuchan.
Cada imagen construida será única, si tenemos un auditorio de cien personas que nos escuchan el cuento que narramos, serán cien posibilidades distintas de imaginar espacio y tiempo, personajes y situaciones del cuento. Por supuesto, que todas estas posibilidades de imaginación son enriquecidas por el acervo de imágenes que tiene cada oyente.
Tejiendo imágenes en el aire.
Para vivir y hacer vivir la historia el narrador debe apelar a todos sus sentidos. El que narra vivencia a profundidad las emociones para poderlas transmitir. Y esto se logra entrando en el mundo del cuento, visualizando las imágenes internas que producen las acciones de una narración. Ya decíamos antes que la narración funciona como una especie de disparador para que cada quien produzca sus propias imágenes desde su archivo personal. Entonces, como nos plantea la narradora argentina Ana Padovani (1999), el narrador se mete en cada secuencia como un ser omnisciente que todo lo ve y lo sabe, que siente como el personaje, que lo presenta en sus características peculiares, por eso es que un buen narrador es un buen observador de su entorno y de todo lo que en él habita, porque luego, esas imágenes que toma de la realidad van a conformar el cuerpo de imágenes que le darán vida a su cuento.
Y aquí hablamos de la sugerencia, como esa pincelada que hace el narrador de los personajes y sucesos que transcurren en una narración. A diferencia del actor, el narrador nos presenta los elementos de una historia, con detalles que nos llevan a evocar lo que escuchamos. En tal sentido, Busatto (2005) agrega que sugerir es un triunfo del cuento, porque la palabra-imagen sugiere para hacer que el oyente invente sus personajes, escenas y sucesos, según las referencias que tenga sobre estos elementos. De ahí la importancia de que el narrador visualice en su mente las imágenes, con mucha precisión en el momento de narrarlas, para que éstas se materialicen en el espacio interior de quien escucha, es decir, en su imaginación. Esto es lo que produce el encanto hacia un cuento.
En su libro “Contar y encantar, Cléo Busatto nos habla de tres tipos de imágenes: verbales, sonoras y corporales. Veamos en detalle en qué consisten cada una de ellas según esta autora.
Imágenes verbales: Son aquellas que ofrece el texto, sea escrito, sea oral, y que le otorgan belleza al mismo y que no pueden suprimirse pues a través de ellas de presentan las características de los personajes, del ambiente o de la situación, incluso, del estado de ánimo o sicológico de los personajes ante una situación nueva, que represente un riesgo para su seguridad o la superación de un obstáculo.
En este sentido, Ítalo Calvino (2002), nos recomienda el cuento popular porque tiene un inmenso valor literario y es rico en cualidades estilísticas, y, aunque tiene una estructura muy sencilla, es generoso en imágenes nítidas. Su texto se sustenta en imágenes que estimulan la imaginación que junto a las fórmulas propias de la oralidad  ayudan a retener el contenido del texto en la memoria y la repetición oral, tales como “pautas narrativas equilibradas e intensamente rítmicas, con repeticiones, antítesis,
alteraciones o asonancias, fórmulas que toda la comunidad conoce y que son
mecanismos que posibilitan que la comunidad que escucha, memorice, retenga, para poder volver a contarla, a repetir a otro o al mismo auditorio, para que la narración perviva, vuelva a narrarse y, por tanto, forme parte de la tradición de la comunidad que la repite.” (Lluch. 2006: 26).
Ritmo, repetición y movimiento que se observan en un estilo aditivo en el discurso o en la utilización remarcada de adjetivos contribuyen a fijar el recuerdo y producir placer cuando se escucha.
Imágenes sonoras: son las que presentamos mediante las onomatopeyas, figuras literarias que sabemos representan sonidos de la realidad, y que en un cuento posibilitan seguir estimulando la imaginación pues crean expectativas o introducen un elemento sorpresa en la trama.
Imágenes corporales: se refiere a los gestos que traducen determinados momentos o situaciones de un relato, evocando así una imagen. El gesto es más un movimiento espontáneo, lo que lo diferencia del movimiento pensado y usado con premeditación como ocurre en el teatro. Y, aunque sea trabajado con anterioridad al momento de narrar, no puede ser acartonado o mecánico, pues la narración debe responder al momento mismo en que se produce, con todas las circunstancias o factores que puedan influirla. El
gesto presenta o sugiere un personaje, una situación o pasaje de la historia.
Los movimientos en escena son otra manera de crear imágenes corporales y éstos deben responder al ritmo de la historia, al momento en que se narra y al tipo de público al que se enfrenta el narrador. Deben ser dosificados de manera que no entorpezcan o atropellen la narración. Es por esto que el narrador debe conocer su cuerpo y sus potencialidades y limitaciones corporales. Debe conocer y dominar cada uno de los elementos del movimiento corporal: el espacio, que se compone de la dirección, los planos o alturas del movimiento y la dimensión o tamaño del movimiento; la fuerza, que consiste en la intensidad que se necesita para realizar el movimiento, y el tiempo o velocidad con que se ejecuta un movimiento.
 Un cuentero, que mantiene viva la memoria colectiva  desde la tradición oral de su comunidad, intuye todos estos elementos de manera natural. Para que sus historias sean creídas debe apelar a variados recursos para logra el convencimiento de sus oyentes. Su proceder es espontáneo producto de su experiencia en la vida y en su capacidad de fabular e inventar imágenes. Sabe que el poder de sus palabras reside en la forma como las exprese, y por eso pone en ello, su alma, sus conocimientos y experiencias. Como dice el maestro Garzón Céspedes al referirse al cuentero, es “intuitivo y sabio, creativo y poderoso, capaz de conjugar las palabras, los modos vocales, y los lenguajes no verbales para comunicarse e influir y ser influido: inventor y reinventor, reconocido por toda la comunidad: el cuentero eterno.” (Garzón C. 1995:33).
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BIBLIOGRAFÍA
Busatto, Cléo (2005) Contar y encantar. Pequeños secretos de la narración oral. Editorial Diana, S. A. de C.V. México.
Chambers, Aidan(2001) ¿Quieres que te cuente un cuento? Una guía para narradores y cuentacuentos.  Banco del Libro. Caracas.
Garzón C, Francisco (1995) La narración oral escénica. Editorial Laura Avilés. Madrid.
Lluch, Gemma (2006) De los narradores de cuentos folclóricos a Walt Disney: un camino hacia la homogeneización. En “De la narrativa oral a la literatura para niños”, varios autores. Editorial Norma, S.A. Bogotá.
Padovani, Ana (1999) Contar cuentos. Desde la práctica hacia la teoría. Editorial Paidós. Buenos Aires.
Valades, Edmundo (2009) El libro de la imaginación. Fondo de Cultura Económica. México, D.F.

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