jueves, 18 de octubre de 2012

Literatura infantil – Lenguaje y fantasía, ensayo teórico de Víctor Montoya

María Teresa Lema Garrett (*)

Es de todos conocido que, en Bolivia, abundan los buenos e incluso excelentes cuentistas. Víctor Montoya es uno de ellos, con una producción narrativa importante, reflejada en crónicas y en cuentos, éstos últimos sobre temas relacionados en su gran mayoría con Bolivia desde diferentes enfoques, y con la vida misma del autor. Entre otros libros, tenemos por ejemplo: Cuentos en el exilio, Cuentos de la mina, Cuentos violentos, Entre tumbas y pesadillas, y otros. La imagen algo sombría que nace de estos títulos contradice, sin embargo, otra faceta del escritor, la de aquel hombre que, volando por encima de su pasado, de la detención, la cárcel, la tortura, el exilio,
vuelve hacia su infancia, siguiendo el camino marcado por Oscar Alfaro, cuando en su tan conocido poema, “Viaje al pasado”, dice: /Desde adentro, desde adentro,/ Desde el fondo de un abismo,/ Viene corriendo a mi encuentro,/ Un niño que soy yo mismo... /
Y en el texto “El niño que nos habita”, que encontrarán en  el blog personal de Víctor Montoya, vemos cómo vivió él ese encuentro: Por mucho tiempo, negué al niño que habita en mí. Es decir, había domesticado y reprimido mi fantasía, había supeditado mi mundo interior al exterior, hasta que un día, por esos azares que no se pueden contar, lo fantástico encontró la manera de vengarse y de emerger. De ese desfogue nació el escritor que me tomó la delantera, consciente de que uno de los grandes filones de la literatura es la historia protagonizada por los niños insatisfechos, quienes buscan refugio en la fantasía para escapar de una realidad insoportable, hostil o, simple y llanamente, aburrida.
La presencia tan fuerte de ese niño lo llevó a reconocer a otros niños, aquéllos  tan numerosos que habitan las páginas de los cuentos bolivianos que él reunió en una antología “El niño en el cuento boliviano” (publicada en Suecia, en 1999). En esa obra, se refleja tanto su profundo conocimiento de nuestra literatura como una especie de empatía con aquellos niños de papel… Cuando le preguntaron: “¿Por qué una antología de ´El niño en el cuento boliviano´?” Respondió: “Porque considero que la infancia constituye el cimiento de la personalidad humana, la etapa más noble y sensitiva que nos depara la vida”.
Y es por estar tan convencido de ello que se vuelca entonces hacia un análisis de la literatura infantil, sus características, sus grandes valores, sus grandes defectos, a veces, también. Sobre todo, habla de ella como lo que es: literatura con todas las letras, no un sub-género, no textos baratos ni facilones, sino libros que tienen la misión de encender en sus pequeños lectores el interés, la fantasía y la imaginación.
“LITERATURA INFANTIL – Lenguaje y fantasía” es pues el título del libro que presenta Víctor Montoya. Obra publicada por primera vez en 2003, por La Hoguera, y ahora reeditada por el Grupo Editorial Kipus, este largo “ensayo”, que podría parecer tener por destinatarios sobre todo a profesores, es en realidad lectura para todos quienes tratamos con niños y jóvenes: padres de familia, pedagogos, psicólogos, bibliotecarios, animadores, ilustradores, y también para todos quienes aún disfrutamos con historias venidas de nuestra infancia, con su carga de remembranzas, ambientes e imágenes.  Efectivamente, el amplio temario tratado por Víctor Montoya en este libro da lugar a un encuentro ameno e interesante con temas siempre actuales y, a veces, polémicos.
En las primeras “Consideraciones” del libro, se ubica de buenas a primeras a la literatura infantil no en el área del aprendizaje,  como suele ser, con fines utilitarios y didácticos, sino en el área lúdica, aquélla que despierta la imaginación más loca e individual y permite al pequeño lector identificarse con lo que lee, inventar su propia lectura de los cuentos y explorar nuevos mundos descubiertos paso a paso, página a página. La estimulación de la fantasía y el placer de leer siendo fundamentales para la adquisición del hábito de la lectura; sin estos dos elementos, leer se convierte rápidamente en un castigo y un hastío, como lo vemos con demasiada frecuencia en nuestros alumnos, que declaran odiar la lectura y la asimilan a imposiciones, tareas, cuestionarios y sosos resúmenes.  El escritor francés Daniel Pennac, en su libro “Como una novela” comulga perfectamente con aquel rechazo y enumera, para nuestro consuelo y el de los pequeños, los derechos de los niños lectores, totalmente en sentido contrario a las exigencias escolares: el derecho a saltarse los párrafos aburridos, el derecho a no terminar el libro si no nos gusta, el derecho a no hablar sobre lo que se ha leído… 
Tanto Pennac como Víctor Montoya parten de una fundamental premisa: el respeto al niño, que no es un “adulto pequeño”, no es un hombrecito, es un ser pleno, en proceso de crecimiento y, por lo tanto, con etapas  en su desarrollo mental, afectivo, moral y social. No respetar esos ritmos, o, peor, no conocerlos cuando uno tiene que ver con niños, lleva a malgastar ese instrumento maravilloso de formación de la personalidad que es la lectura de textos infantiles.
 Y es que nos encontramos con el libro de Víctor Montoya, en las bases de la lectura y en las bases de la educación, entendida no como adiestramiento sino como un amplio y flexible proceso, no de instrucción, sino de formación. Por ello se habla larga y detalladamente del desarrollo cognoscitivo, de la adquisición del lenguaje, planteando incluso la pregunta clave: ¿Primero está el lenguaje o el pensamiento? Se describe algunas características lingüísticas y semánticas del lenguaje infantil, lo que lleva finalmente y de manera lógica a mencionar ciertas condiciones que debería llenar todo libro destinado a los niños, en cuanto al formato, las ilustraciones, el manejo del lenguaje, pero también en cuanto a la historia contada,  los personajes, las acciones, los desenlaces… una receta muy calculada, muy trabajada, para lograr captar la atención y el interés de los exigentes pequeños lectores.
Y es que ha de quedar muy claro que la literatura infantil ha de tener la misma calidad que la literatura a secas, o una mayor quizás, por su impacto en la mente infantil, y porque, como dice también el autor, el niño “no acepta gato por liebre” y reconoce lo suyo rápidamente. Un buen texto lo es tanto para el adulto como para el niño. Y un texto malo de la misma manera, como aquellos cuentos con personajes estereotipados, con un tono falsamente “infantil”, que no dejan una línea sin profusión de diminutivos y que no cuidan la lógica de la historia, ni la coherencia, ni la verosimilitud de los personajes.
Tampoco se aconseja una simplificación excesiva, ya que en el momento en que aprende a leer, el niño tiene ya un largo pasado de encuentros con seres fantásticos, con situaciones problemáticas, con tensiones y soluciones. Los cuentos de hadas -grandes clásicos de la literatura infantil-, las tradiciones orales de nuestros pueblos, las historias tan generalizadas ahora de superhéroes, suelen ser textos muy complejos y alcanzan un grado de simbolismo que encuentra eco en el subconsciente  del niño. Responden a necesidades psicológicas, a características de su evolución y del paulatino conocimiento que tienen del mundo. Es la tesis de Bruno Bettelheim en su estudio “Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas”, en el que también recalca que los cuentos para niños corresponden a un ansia de identificación personal y social, necesaria para conformar su “yo”.
Retomando y profundizando esa línea de pensamiento, Víctor Montoya subraya de esta manera la diferencia entre el impacto que tiene sobre el niño esa lectura personal y gozosa, y el efecto de otro tipo de textos, de intención abiertamente didáctica, moralizante, que buscan enseñar a los pequeños a comportarse bien (y… ¡rara vez lo logran!), desde arriba, desde afuera, y no desde su propia sensibilidad, como sucede con la buena literatura infantil.
El libro “LITERATURA INFANTIL – Lenguaje y fantasía” tiene muchas otras riquezas, de las que rescato, en especial, el análisis de algunos libros paradigmáticos y de algunos temas que conflictúan ciertamente a todos los padres de familia: la violencia, el miedo, el despertar sexual, la muerte, el bien y el mal.
A todo esto, Víctor Montoya no ha escrito textos para niños, a pesar de su profundo conocimiento del tema…  o quizás debido a él. Dice: “El adulto que se acerque al mundo de los niños debe zambullirse en el pensamiento y sentimiento de los niños, ser como uno más de ellos.”  Hablar su lenguaje, ver el mundo con sus ojos, no dar más de lo que su curiosidad pide, pero tampoco dar menos… ¡tan difícil como convertir calabazas en carrosas!
No hace falta insistir más acerca del valor de este libro, de su importancia para los educadores y escritores. Muy documentado, no agota los temas que plantea e invita más bien a la reflexión y al estudio, y a una toma de conciencia acerca del material de lectura para los niños, puesto que en la actualidad se ha desarrollado bastante la literatura infantil o, sería más apropiado decirlo así, han aumentado mucho las publicaciones destinadas a los niños. Velar por la calidad de esos textos es fundamental y es ésa una de las  intenciones del libro.
Por ello, quienes seguimos disfrutando de los cuentos de Andersen, de Peter Pan o del Principito, le damos las gracias.


*Escritora y presidenta del Club del Libro “Jaime Mendoza” de Sucre, Bolivia.

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