domingo, 29 de marzo de 2020

¿Envejecen los clásicos?


Ricardo Gil Otaiza

Como parte de lo finito, los libros también envejecen, dejan de tener la prestancia de sus primeros días, van perdiendo los olores que les son consustanciales y que para los avezados lectores (maniáticos por demás) constituyen parte esencial de sus encantos; el olor de la tinta fresca recién puesta sobre el papel, el del papel recién cortado, el del cartoné con el que se fabrica la carátula y las solapas, el del papel celofán que protege al libro por estrenar. El color del papel cambia con el paso del tiempo, dependiendo del tipo de sustancias que intervengan en su constitución (equilibrio ácido-básico), y se oscurece adquiriendo tonalidades que le imprimen al libro viejo cierta elegancia y dignidad. La experiencia dice que el papel bond es reacio al envejecimiento y se conserva mejor que otros (el tancreamy envejece deprisa).

Por supuesto, como en todo proceso de conservación de obras, la manera cómo guardamos los libros determina el que envejezca o no con decencia. Si a un libro nuevo lo sometemos a la acción directa de la luz solar y de los factores climáticos, en poco tiempo se tornará deteriorado, como si varias décadas le cayesen encima, acelerando un proceso que no debería abrupto. El polvo que contiene ácaros y polillas es un factor que incide, produciendo deterioro del papel y daños al corpus del ejemplar.

La novela


Juan Ángel Mogollón 

Tal vez nadie piense que en literatura se puede llegar a formas definitivas y concluyentes. Sería un absurdo. Como en toda expresión artística, un sentido dinámico le imprimirá cambios y evoluciones constantes. Es incluso posible que sufra transformaciones profundas, pero sin rebasar las medidas hasta un grado en que se desvirtúe su naturaleza. Porque si bien en un determinado género literario se pueden hacer todos los experimentos imaginables, siempre habrá un límite, después del cual, en virtud de las violentas mutaciones de que es objeto, se despoja de su propia esencia y pasa a ser otra cosa.

Hay quienes al pretender ser excesivamente innovadores caen en los extremos de una originalidad maniática. Obsesionados con descabelladas quimeras, y no pocas veces impulsados por la vanidad, creen posible legitimar sus extravagancias ante un público perplejo. Esto es lo que ha pasado con la novela contemporánea. El predominio de lo estrambótico es el signo de sus manifestaciones más representativas. Desde los ya antiguos experimentos de James Joyce con su renovador y audaz texto de “Ulises”, hasta

martes, 24 de marzo de 2020

Josefa Zambrano o la escritura a fuego lento


“La realidad es furtiva, es como un gato que se escapa por la ventana. 
Escribo de la realidad y los sueños son una parte de la realidad.”
Wislawa Szymborska



Carlos Yusti






Cuando pienso en la escritura de Josefa Zambrano Espinosa (Boconó, Trujillo, 1950) la palabra que viene a mi memoria es densidad. No obstante no se trata de esa densidad académica un tanto postiza, sino más bien de esa densidad porosa y que se encuentra oculta en frases bien construidas, en párrafos estructurados con la minuciosidad del artesano.

Josefa me contó, mucho tiempo después, que había leído algunos de mis textos en un suplemento cultural y le gustaba de mis ensayos, creo, ese estilo fortuito, sin clip sujetador. También yo conocía a Josefa a través de sus cuentos pertenecientes al libro Magia de Páramo.

jueves, 23 de enero de 2020

Libros que leo sentado y libros que leo de pie


José Vasconcelos


  Marcapáginas de luna, especial para lectores nocturnos (ilustración de  Quint Buchholz)
Para distinguir los libros, hace tiempo que tengo en uso una clasificación que responde a las emociones que me causan. Los divido en libros que leo sentado y libros que leo de pie. Los primeros pueden ser amenos, instructivos, bellos, ilustres, o simplemente necios y aburridos; pero, en todo caso, incapaces de arrancarnos de la actitud normal. En cambio, los hay que, apenas comenzados, nos hacen levantar, como si de la tierra sacasen una fuerza que nos empuja los talones y nos obliga a esforzarnos como para subir. En éstos no leemos: declamamos, alzamos el ademán y la figura, sufrimos una verdadera transfiguración. Ejemplos de este género, Platón, la filosofía indostánica, los Evangelios, Dante, Espinoza, Kant, Schopenhauer, la música de Beethoven, y otros, si más modestos, no menos raros.

jueves, 16 de enero de 2020

Lilia Lardone: “La palabra poética es condensación y desnudez y esencia”


    
Entrevista realizada por Rolando Revagliatti


 
Lilia Lardone nació el 24 de octubre de 1941 en Córdoba, capital de la provincia homónima (donde reside), República Argentina. Es Licenciada en Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba (1961). Entre 1985 y 1997 dictó cursos de capacitación docente sobre criterios de selección en libros dirigidos a chicos y jóvenes, para la Unión de Educadores de su provincia. Ha sido coordinadora de programación de ocho emisiones (1988-1995) de la Feria del Libro de Córdoba para niños y adultos, y miembro activo del Ateneo del Centro de Difusión e Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ) entre 1991 y 1995. Tanto a nivel nacional como internacional se ha desempeñado como jurado en numerosos concursos y ha participado en Congresos y Encuentros de Escritores. Desde 1988 coordina talleres de escritura y corrección. Entre otras distinciones obtuvo el Premio Taborda 2009 de Letras por su trayectoria a favor de la lectura y la escritura, otorgado por la Asociación para el Progreso de la Educación. En el género novela aparece en 1998 la primera edición de “Puertas adentro” a través de Editorial Alfaguara; en 2006, “Esa chica”; en 2002, “Papiros”, reeditada en 2014. En 2003 se publica el volumen de cuentos “Vidas de mentira”. La primera edición de su novela para niños “Caballero negro” es de 1999 y se reeditó en 2014. De cuentos y relatos para niños son sus obras “El nombre de José”, “Los picucos”, “Los asesinos de la calle Lafinur”, “El día de las cosas perdidas”, “Benja y las

sábado, 11 de enero de 2020

La lectura. Elogio del libro y alabanza del placer de leer



Juan Domingo Argüelles


La lectura, como un simple tema coyuntural (cada 23 de abril en el mundo y cada 12 de noviembre en México), tiene mucho de discutible y de fingido. Me recuerda las celebraciones que se hacen a la mujer y a la madre, a quienes se les homenajea el 8 de marzo y el 10 de mayo, respectivamente, a cambio de ser olvidadas, relegadas, ignoradas o, lo que es peor, maltratadas y vejadas, en los demás días del año. Si la mujer, la madre y la lectura son de veras tan importantes, como decimos, tendríamos que celebrarlas todos los días.

La lectura tiene que dejar de ser un tema de oportunidad y de discurso oportunista para convertirse en una realidad cotidiana. Tiene que dejar de ser simplemente un tema para convertirse en un asunto de todos los días. Cuando ya no necesitemos insistir tanto en la gran importancia y en los enormes beneficios de la lectura, sabremos entonces que leer es de veras importante y que nos ha beneficiado.

martes, 24 de diciembre de 2019

Duérmete Jesús


José Gregorio González Márquez

Sube hasta la cuna
manojo de luz
destello de luna
divino Jesús.

Cuenta de luceros
florecilla santa
lana de corderos
que al frío espanta.