Miguel Márquez
Leyendo en las alturas. ilustración Loika |
Pero hay que decir
algo de una vez. Los libros, como las grandes experiencias de la vida, llegan a
nosotros por las vías más insospechadas. Casi todos los grandes lectores
confiesan haber llegado a la lectura de una forma muy personal. Y es muy raro,
en cambio, que alguien se acerque a ésta por obligación. Tal vez sea la razón
de que la escuela tenga tan poco éxito a la hora de formar nuevos lectores y de
fomentar el hábito de la lectura. Nos acercamos a los libros como al amor: por
el destello de algo que queremos tener a nuestro lado, que nos proporciona
dicha y que nos hace seres humanos más completos.
Recuerdo que cuando
estaba muchacho veía los libros con cierta distancia. En mi casa había una gran
biblioteca porque mi papá era un gran lector, pero no le gustaba hablar de lo
que leía, no compartía ese mundo con sus hijos. Y, además, por problemas
típicos de la adolescencia, en ese momento la figura paterna no formaba parte
del mundo que me interesaba. De allí que prefiriera con mucho la música, el
rock, a la lectura. Me parecía más adecuada a mi carácter y más contestataria. Con
la música experimentaba la rebeldía, sentimiento que no había podido todavía
conocer en los libros. En ese momento los Beatles o los Rolling Stones estaban
más cerca de mis emociones y de mi mundo espiritual. Difícilmente habría
pensado que los libros se convertirían en una parte absolutamente esencial en
mi vida, una de las compañías que nunca he dejado.