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miércoles, 1 de octubre de 2014

Hechura de palabras

Eleazar León

Jean-Hippolyte Marchand, francés. Una mujer leyendo
Cierta práctica contagiosa de quienes solicitan la literatura de nuestros días ostenta con alarde que son suficientes las palabras cotidianas para la población satisfecha de algunas páginas, para esa tarea “sobre el papel vacío que defiende su blancura” de la cual hablara con celosa ceremonia Stéphane Mallarmé. Según esa creencia, la mera enunciación de los vocablos del pueblo y de la calle bastaría para seducir el privilegio de la expresión, esas frases que nos revelan y nos rebelan y nos desbaratan y nos vuelve a decir, atravesando el decir común, “municipal y espeso”, y tocando el habla manantial de donde fluyen las voces de los que apenas tienen voz, de mana la disonancia que desespera de todo y la música leve que se contenta con casi nada. Quisieran los dones primordiales que tal confianza fuera posible. Pero no hay tal, por más que lo procuremos, pues las palabras abandonaron desde hace un tiempo sin memoria, su intimidad de vida con el mundo, y ahora mundo y lenguaje merodean aparte su propio destierro, el uno avasallado por las cosas de la realidad (producidas, mercadas, consumidas), y el otro, con mucho, su vasallo.

martes, 19 de agosto de 2014

La cifra y la ceniza, el poema




Eleazar León

Si un poeta escribe sobre la lluvia, su cuerpo cae y sus palabras, mana por dentro y se va lejos, goteando y solo, desmemoriado y lleno hasta el desbordamiento de sus propias aguas. Nada y nadie de afuera puede poblar el poema si antes no es huésped de una conciencia disponible, de un alguien, el poeta, que se sabe visitado por todo y residente de lo fugaz, como un paraje que se recorre y se abandona sin permanencia. Lo duradero es lo que pasa, ese intercambio entre el camino y el caminante, ambos en  ruta hacia un  lugar que ya conocen, aunque no puedan encontrarlo. La duración del poeta es la sucesión del poema en un tiempo y un espacio siempre futuro: para ser ahora, inmediatamente, tendría que saltar la distancia que el mundo mantiene para que nosotros seamos, para poder vivir diferenciados de él.
El poema es una reconciliación  entre extraños, entre viajeros que no se han visto antes y se saludan con aire consecuente, repitiendo los ritos de una ceremonia desconocida, dándose mensajes que nadie ha enviado y que ellos no podrán descifrar. El poeta no se resigna al país extranjero que es la vida, y en un alarde, con más alma que entendimiento, habla todas las lenguas,