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miércoles, 19 de agosto de 2020

A la espera del accidente

 

Y escribes para que el viaje de ida no acabe

y haya luz en el portal de la memoria

Néstor Rojas

 

Carlos Yusti

 


Tratar de entender cual es la motivación que empuja a un puñado de hombres y mujeres a dedicarse a una profesión difusa como es esa de escribir resulta un enigma algo complejo, por lo sutil y lo simple. De igual manera se tiende a confundir escribir con publicar.

Me asaltó el deseo de escribir por esa necesidad de evitar esa foto de normalidad en la que aparecía desenfocado y como fuera de lugar. Para concretar este deseo necesitaba escribir un libro, pero carecía de imaginación para enfrascarme en la escritura de una ficción novelesca, sin mencionar lo mal equipado, con respecto al lenguaje escrito, que estaba para emprender semejante tarea. Solo tenía como soporte un montón de lecturas desordenada. No tenía nada.Estaba en un agujero.

Un amigo fotógrafo (Yuri valecillo) me suministró el tema para un libro y lo agarré como un perro a un hueso. Durante tres años reuní información para ese puto primer libro. Entrevisté a un montón de gente. Visité a toda biblioteca real e imaginada. Viajé mucho. Cuando tuve un caudal suficiente de material informativo (en bruto) me senté ante una máquina de escribir portátil y le di de golpes a las teclas durante tres semanas de febril locura. Después de escrito el libro lo deposité en una gaveta y pude salir a la vida a mendigar un poco de luz.

jueves, 28 de noviembre de 2019

Despertar las palabras


 
Carlos Yusti


Un escritor-abuelo (o viceversa) mencionó que un día intentaba escribir en su habitual cuaderno escolar. Interrumpió varias veces el roce del lápiz dibujando las palabras en el papel. Tachaba. Volvía a empezar. Luego supo que la algarabía doméstica, producida por sus hijos y nietos, sacaba de balance su concentración. Sin querer parecer un viejo cascarrabias se asomó a la sala, epicentro del bullicio: “Por favor requiero algo de tranquilidad y silencio, trato de escribir”. Regresó a su cuarto y volvió a su trabajo de escritura. De repente una de sus nietas, con apenas 5 años, entra a la habitación de puntillas y moviéndose con lentitud de cámara lenta. Extrañado el escritor-abuelo le pregunta: “¿Por qué entras de esa manera?”. La niña le dijo: “No quiero hacer ruido. Las palabras pueden despertarse”.

Cuando se escribe es necesario sacarle el sueño a las palabras. Además si se escribe para niños hay que sacudirlas doblemente para despertarlas y que sean capaces de trasmitir cierta música inteligente. Esa torpe creencia sobre la inocencia estúpida de los niños es un error en el cual caen muchos adultos. La inocencia de los niños es exploradora, despierta, clarividente y altamente creativa. El poeta y escritor José Gregorio González Márquez(*) escribe tomando en cuenta esa inocencia cortante del niño y su libro Astronomía submarina y otras historias (Caravasar Libros/ Portada, edición y diseño: Armando José Sequera) es un buen ejemplo.

El libro compuesto por apenas cuatro breves historias, y cuyos protagonistas son niños, hacen un retrato afable de ese universo escolar. Son relatos que dan cuenta sobre las vivencias y peripecias de niños en esa edad donde la realidad parece subrayada con líneas coloridas del sueño. Aunque el eje primordial, en verdad, de todas las narraciones es el amor.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Selfie con biblioteca


Carlos Yusti

Siglos a en nuestro país era una moda buscar a un pintor para hacerse un retrato, con la particularidad que el retratado buscaba ser inmortalizado con una gran biblioteca como telón de fondo.

Como es lógico dichos retratos tenían sus niveles. Los adinerados se retrataban con sus grandes bibliotecas de varios anaqueles, los más modestos apenas con un libro o algunos tomos abiertos desparramados en una mesa. Los retratos en sí buscaban, aparte de trasmitir status social, hacer ver que el personaje central del lienzo poseía nivel intelectual (o cultura) otorgado por el libro y ni se diga el apabullante conocimiento que podía otorgar una biblioteca compacta y extensa.

viernes, 14 de julio de 2017

EL LIBRO INFINITO: juego y logografía en la obra de Carlos Yusti

(A propósito de la exposición de los libros de artista en la UNEARTE)

"La mejor forma de decir, es hacer" José Martí

Roger Herrera R



Quizás en algún antiguo códice Maya exista la sospechosa creencia de que, tras la escritura de estos textos, no estuvo un sacerdote o un cronista oficial de la época trazando los signos de su cultura, sino más bien un artista, alguien capaz de expresar la ilación semántica del dibujo, el número y la letra.
Glifos, códigos, números, signos apetecen el papel y la gula de ciertos creadores, que sin más advierten en cada una de sus propuestas la impronta de lo insólito, de lo inefable; la búsqueda secreta de un lenguaje que se divorcie de los cánones establecidos o haga trizas las ordenanzas y postulados estéticos, para abordar muy "a su aire" su pertinente aleatoriedad.
Hoy quisiera referir mi llana expresión, a uno de esos seres que median entre el sueño y la vigilia al estilo de Alfred Jarry, para luego apoderarse de esos irregulares territorios donde habita el lenguaje escrito y las formas visivas de la grafía. Ser que auspicia desde sus ordenamientos estéticos, la búsqueda infinita del hacer artístico desde los mecanismos de la imaginación y donde juegan papel relevante el juego y la seducción de la letra y el ícono sobre el soporte.

viernes, 15 de abril de 2016

El libro en llamas


 
 
Carlos Yusti

  La quema de Cristóbal Llorens, 
La historia de la literatura, o para especificar, del libro como objeto sorprendente de conocimiento/entretenimiento, es el de una enorme hoguera iluminando ese camino farragoso de la intolerancia. El combustible es el temor (y el odio) debido al contenido de algunos libros. No obstante (desde que ardió la gran biblioteca de Alejandría pasando por los auto de fe de la china, de los religiosos contra los códices del nuevo mundo, de los nazis y por las piras emprendidas por los dictactozuelos de terror y sangre que ha padecido Latinoamérica) el libro ha llegado hasta nuestro días. Hoy no los quemamos, pero lo ahormamos en un Kindle y en ocasiones los pasamos por esa ráfaga luminosa del escáner, que es un poco como quemarlos desde la metáfora de estos tiempos cibernéticos en la que estamos entrampados.

viernes, 9 de octubre de 2015

Del margen a la página

Carlos Yusti
 Don Quijote en la Biblioteca, el personaje entre libros.
Ilustración de Svetlin Vassilev

Especialistas franceses, que han estudiado con estadísticas, la sociedad y la lectura tienen una teoría la cual postula que todos estamos al margen de la página y lo ideal es saltar dentro de la página para apoderarse de los textos literarios. Estar al margen significa que muchos poseemos capacidad de comprender los signos escritos lo que no garantiza en lo absoluto que seamos capaces de asimilar, desglosar y disfrutar de los textos escritos. Por eso es necesario centrar esfuerzos para que desde los primeros años el niño entre en contacto con libros, que los rayen, se impregnen del olor a tinta impresa, los rompan; que conviertan los libros en juguetes rabiosos para el disfrute sin cortapisas ni reprimendas de ninguna naturaleza.
Apropiarse de los textos literarios, saltar del margen de la página y sumergirse en ese sutil arte de la escritura literaria no es tan sencillo como se piensa, ni tan complicado como los profetas del desastre de siempre lo postulan.
Un libro como el Ulises de James Joyce, que narra apenas un día en la vida de una serie de personajes, desgranando un complejo mundo interior, tiene que resultar farragoso para cualquier lector no preparado. Ese día, 16 de junio de 1904, narrado por Joyce no sólo pulveriza los clásicos cánones de la novelística tradicional, sino que su autor se sumerge en el barro nada placentero del alma humana, de su piel más mundana para desnudar los prejuicios, miserias y sueños de ese mundo interior tan afín a muchos hombres y mujeres.

lunes, 7 de septiembre de 2015

Libros peligrosos

Carlos Yusti

Pintura de Francine Van Hove
Uno de mis libros predilectos, y que llevo siempre en mis mudanzas/andanzas domésticas, es el Índice de libros prohibidos. El ejemplar que poseo está en latín y fue un obsequio de mi amigo y profesor de castellano y literatura Humberto González. Lo tengo entre mis libros preferidos por la sencilla razón de ser una advertencia sobre la estupidez humana, de ese razonamiento intolerante y de ese espíritu censor que emana siempre de cualquier estamento de poder sea religioso o político.
Esa idea de que algunos libros son peligrosos y pueden torcer la mente de los individuos siempre me ha parecido un chiste pésimo, pero que algunos se toman con una irracional vehemencia; provocando no sólo la quema de algunos libros, sino la persecución, el boicot y (a veces) el asesinato de los autores de dichos libros.
Hace algunos años en Alemania se desató la polémica debido a que una editorial había decidido reimprimir Mi lucha, ese exaltado manifiesto que mezcla resentimiento, algunas ideas y brochazos

lunes, 4 de mayo de 2015

Grass y Galeano al oído


Carlos Yusti

Galeano-Grass. Ilustración Carlos Yusti
En literatura los universos paralelos se tocan. Han muerto dos escritores distintos en cuanto a su literatura, pero bastante similares en lo referente al compromiso de la escritura; de esa escritura al servicio de quienes son demolidos y humillados por esa maquinaria implacable de la historia.
 Leí bastante joven Las venas abiertas de América Latina y aunque era un ensayo de ajuste de cuenta contra el imperialismo estaba también narrado que el libro se dejaba leer como una novela fragmentada. El libro era un compendio mágico y extraordinario de la historia de Latinoamérica siempre saqueada y vejada desde tiempo inmemoriales. El libro estaba lejos de ser un panfleto y con el devenir de los años se convirtió en un clásico con mucho veneno histórico y la mejor literatura. Escribió otros muy buenos libros marcado con esa impronta política de inteligencia, poesía y crítica en las que en ocasiones se asoma el periodista y el buceador de historias, pero de esas historias tachada de la memoria y de los libros de historia. Cualquier libro de Eduardo Galeano posee el estilo de inigualable literatura.
Galeano como pudo se aferró a un concejo de Juan Rulfo: “La brevedad la aprendió de Juan Rulfo, que le dijo: "Se escribe por la otra punta del lápiz, la que tiene la goma de borrar". Y sus libros son como un collage de historias breves, de apuntes escritos en volandas con la precisión y exactitud de esa metáfora oculta en la cotidianidad. De todas sus historias y anécdotas hay una que el propio Galeano narra en una entrevista: “A finales de septiembre, en Perú, una maga me leyó la suerte. La maga me anunció: "Dentro de un mes recibirás una distinción". Yo me reí. Me reí por la palabra distinción, que tiene no sé qué de cómica, y porque me vino a la cabeza un viejo amigo del barrio, que era muy bruto pero certero, y que solía decir, sentenciando, levantando el dedito: "A la corta o a la larga, los escritores se hamburguesan".

lunes, 17 de junio de 2013

Del lector hembra al lector en red

"Los seres humanos podemos ser definidos como animales lectores. Creemos que el mundo natural hay que descifrarlo. Vivimos en esa paradoja: saber por un lado que este mundo no tiene ningún sentido y preguntarnos el porqué de las cosas".
ALBERTO MANGUEL

Carlos Yusti


Lectora
Hoy día ese asunto de los géneros (no los literarios, sino los bilógicos se entiende) se ha tornado un tema en alza en la cotidianidad más mundana. El término “lector hembra”, acuñado por el escritor argentino Julio Cortázar, hizo su aparición cuando esta discusión de los géneros no se vislumbraba por ninguna parte.
Por supuesto eso de “lector hembra” tiene una connotación machista y Cortázar lo utilizó de manera despectiva/irónica para designarlo como contrafigura del lector ideal. Para el sempiterno autor de Rayuela, el lector-hembra es ese individuo que quiere todo resuelto y no complicarse mucho mientras se arrellana a gusto y seguro en su sillón ajeno al drama, que como una borrasca se desata en algunas novelas o en determinadas historias. El lector

lunes, 22 de abril de 2013

Utopías del libro

 Carlos Yusti

Intimidad lectora Ilustración de Liu Ye
El futuro del libro como objeto, y por ende de la lectura, en estos tiempos de teleinformática, es una discusión que está en el ambiente cultural y que involucra de manera colateral a libreros, editores, críticos y todos aquellos que somos parte de ese universo del libro, o que somos producto de ese objeto que Borges etiquetó como una prolongación de nuestra memoria e imaginación.
En la literatura de anticipación los libros sufren cambios radicales o se convierten en objetos perjudiciales para una sociedad ideal/virtual que busca la armonía y la felicidad a fuerza de someter a sus ciudadanos a controles físicos y sicológicos bastante oscuros. A estas historias se les denomina distopía, que es lo antagónico a la utopía (retrato de un lugar inexistente en la que la sociedad se camina sobre el filo de la perfección).

jueves, 31 de enero de 2013

Plagios


Carlos Yusti

Si uno hubiese tenido talento quizá habría comenzado en esto de la literatura como poeta maldito. O sea un geniecillo precoz con la navaja de la metáfora nueva dispuesto a acuchillarlo todo. No obstante uno va a la literatura sin saber bien en que embrollo se mete y sin sopesar la falta de preparación.   Cuando se empieza a escribir uno se asemeja a esos boxeadores sin piernas y ni cerebro.  Las razones para escribir, tan insondables como las razones para no escribir, te empujan de manera automática.  Como carecía de talento y lectura comencé como plagiario.  Además los Rimbaud se dan en la vida de manera esporádica. Escribir una obra literaria paradigma a los 21 años, enamorarse de otro poeta, sentar a la belleza en las rodillas e injuriarla y luego irse a comerciar con armas y esclavos en Abisinia no era mi ideal.  Tenía para ese entonces 14 años y leía mucho a Quiroga.  Quería escribir cuentos

lunes, 23 de abril de 2012

El ensayo entre profesionales y aficionados


Carlos Yusti

Imprenta
De joven quise ser poeta. Un buen día con otros individuos, que andaban comiendo musas a todas horas y anhelaban convertirse también en bardos urbanos, conformamos un grupo literario y luego multigrafiamos una revista, un cuaderno nada sacrosanto de cien páginas. En este dilema de todos poetas me asignaron la tarea de escribir los ensayos y ahí empezó todo.
El género te atrapa por muchas razones y el hombre que lo patentó fue Michel de Montaigne, un escritor francés nacido en el año 1533. Luego Sir Francis Bacon, célebre filósofo, político, abogado y escritor le daría una forma más sintética y lo demás es historia. Los ensayos de Montaigne permanecen hasta hoy por esa profunda honestidad con que fueron escritos, aparte que las citas incluidas demuestran una voracidad lectora como pocas y son en sí mismas un inestimable arte.
¿Y qué diantre es el ensayo? Son muchas las definiciones que andan por los predios de la Internet, pero la de Edmund Gosse (que la leí en el estudio preliminar que hace Adolfo Bioy Casares a una antología de ensayista ingleses) me parece la más indicada: “El ensayo es un escrito de moderada extensión, generalmente en prosa, que de un modo subjetivo y fácil trata de un asunto cualquiera”. No obstante no muchos escritos cortos son ensayos y no muchos textos algo más extensos, por mucho acicalamiento académico que exhiban, llegan a ser ensayos.
El amanecer. Paul Delvaux (1897-1994)
En el ensayo hay dos características insoslayable: la creación a partir de… y el juego como tanteo divertido y nunca definitivo, aunque a veces el autor de la impresión de lamentable cascarrabias y amargueta. Georg Lukács escribió que “el ensayo habla siempre de algo ya formado o, en el mejor de los casos, de algo que ya en otra ocasión ha sido; es pues su esencia el no sacar cosas nuevas de una nada vacía, sino limitarse a ordenar de un modo nuevo cosas que ya en algún momento fueron vivas”. Entonces el ensayista es apenas un acomodador de argumentos, ideas y puntos de vistas que tienen tiempo dando sus paseos respectivos. El ensayista recicla, o acicala, toda esa amalgama de cosas y las presenta desde una perspectiva actualizada. W. Adorno que escribió ese esplendido texto El ensayo como forma, aseguraba que fortuna y juego le son esenciales (al ensayo no al ensayista) y que “No empieza por Adán y Eva, sino por aquello de que quiere hablar; dice lo que a su propósito se le ocurre, termina cuando él mismo se siente llegado al final, y no donde ya no queda resto alguno: así se sitúa entre las di-versiones”.
Otra de las características básicas del ensayo es que va mezclando experiencia (tanto leída como vital) con la cotidianidad más rupestre. El escepticismo es su marca de fábrica. Descreer de lo aprendido y dar largos paseos por la herejía y contra todas esas sutiles formas del poder que trata de anular cualquier requiebro libertario hasta llegar a esa interioridad particular. El ensayo, como bien lo enseñó Montaigne, es una forma de revisarse a sí mismo, de hurgar en ese cuarto de los trastos que algunos llaman conciencia e iniciar una encarnizada limpieza de todos esos veniales prejuicios que nos impulsan y nos convierten en parte de ese redil humano en consenso, a veces despiadado y carente de sutileza. Lo escrito por Adorno es puntual: “El género nace con un ojo puesto en el escepticismo y otro en la reivindicación de la experiencia; descree de lo aprendido, sigue el sendero de la herejía y entonces voltea hacia la propia subjetividad, ese asidero no menos tambaleante. El ensayo sería poca cosa si no fuera también una forma de palparse, de ir al encuentro de uno mismo, de tentarse: Montaigne, explorador de sí mismo, concebía al yo como algo tentativo, en construcción, inestable; decía que había hecho su libro tanto como su libro lo había hecho a él”.
La academia ha visto en el ensayo una veta ideal para confeccionar sus tesinas, los trabajos de ascenso académico, los escritos para revistas arbitradas, las tareas para el postgrado en ciernes y un ramillete florido de etcétera. Los profesores universitarios, del feudo de las artes y las letras, se han convertido en indiscutibles profesionales del ensayo. Como el género es maleable y un tanto elástico se le utiliza como maquillaje para monografías, reseñas de libros, estudios, discursos y colecciones de artículos. El ensayo es menos ajustado, preciso y tiende más a ser un borrador (Borges hablaba de sus ensayos como tentativos borradores) inacabado que no lo tiene todo claro y que conjuga la bibliografía de la biblioteca con esa indispensable que proporciona la existencia.
Algo que afirmó con nitidez Adorno es que el ensayo trata de darle perdurabilidad a lo transitorio, trata de fijar lo efímero, de darle carne trascendente a eso que para muchos resulta banal, inconstante, superfluo. El ensayo fija los detalles nimios con chinchetas de inmortalidad, aunque suene rebuscado y algo profesoral.
Soledad. Paul Delvaux
Montaigne en su exordio al lector sobre sus ensayos acotaba: “Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertirá que con el no persigo ningún fin trascendental, sino sólo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio. Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando yo muera (lo que acontecerá pronto), puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este medio conserven más completo y más vivo el conocimiento que de mí tuvieron”.
En esto de ensayar hay ser siempre un aficionado; que el ensayista esté más entre el advenedizo de las letras y el metomentodo es saludable para el género. Es pertinente que el ensayista no tenga todas las cartas del juego de la escritura, que se sirva de sus lecturas y que le arrebate a la experiencia algunas enseñanzas que puedan escribirse con esa pasión de quien trata de encontrar un tono, una estética para su alma, que no es poca cosa.
Además para ensayar en el papel (o en la pantalla del computador) se necesita ser un quisquilloso observador de las experiencias experimentadas en carne propia por lo escrito por Bioy Casares: “Por su informalidad, el ensayo es un género para escritores maduros. Quien se abstiene de toda tentación, fácilmente evitará el error. Con digresiones, con trivialidades ocasionales y caprichos. Solamente un maestro forjará la obra de arte”. El ensayo es la casualidad escrita del aficionado, el informe de una vida a saltos y sobresaltos, de lecturas y mudanzas, de absurdos y desavenencias acumuladas durante esas travesías triviales del existir.
Mientras que el profesional va con gríngolas académicas para no desviarse y así no salirse de sus casillas, el aficionado por el contrario es un entusiasta que todavía tiene los ojos frotados de asombro y aunque lo ha visto todo (y leído casi todo) cada mañana abre los ojos y el mundo le parece siempre distinto. El aficionado sabe que un libro, una frase, un atardecer, una idea, una foto, un encuentro puede servir para escribir un ensayo. Lo que otros desechan por baladí o desabrido siempre es buen material para ensayar como me ha pasado con aquella frase de Truman Capote: “Le tengo miedo a sapos reales en jardines imaginarios”.
Adorno escribió: “…la más íntima ley formal del ensayo es la herejía”. Se ensaya para oponerse a esa violencia intimidante de la ortodoxia venga de donde venga y esto trae implícito mucho compromiso si uno peca de heteroentodo. Hay que ensayar, como escribía Savater, como contrapeso a la dominante sabiduría inmutable. Hay que ensayar siempre y tener claro que todo es apenas un apunte, un boceto inacabado. La aventura es saber esto e iniciar siempre un nuevo borrador.

jueves, 2 de febrero de 2012

El blog de Kafka

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Carlos Yusti

Retrato de Franz Kafka


Siempre se vuelve a los escritos de Franz Kafka. En sus diarios y anotaciones sueltas en cuadernos se encuentran frases, visiones sobre la literatura y algunos sueños que ofrecen el perfil de un individuo entregado a la escritura, de un hombre atrapado en esa sutil reseda de esa realidad otra, en la que todo sufre un trastrocamiento y se llena con una baba irreal en la que el tiempo, los días y los objetos tienen una apariencia blanda fantástica, una realidad gelatinosa que parece desplazarse de puntillas y que conspira con ese mundo vulgar y endurecido de la cotidianidad.
En sus diarios hay algunas pistas sobre su existencia en función de la escritura, su vida diaria, en los mínimos detalles, pasada por el cedazo de esa percepción que irremediablemente desemboca en la anotación fugaz, en un relato o en una novela. La minucia sin valor, lo irrelevante o lo trascendente de la existencia pasa a formar parte de una comentario nervioso y al vuelo, persistente; de esa minuta sin tregua incluso cuando no hay nada que escribir, por paradójico que resulte. Por ejemplo anota en su diario: “Tan abandonado por mí, por todo. Ruido en el cuarto de al lado”. Otro día garrapatea: “1 de junio de 1912. No he escrito nada”.
Escribir un diario es exponerse, exhibirse como si de una vidriera formada espejos se tratara, para que los otros se vean en dichos espejos y traten de redimirse. Por supuesto que husmear en los diarios de otros escritores es una actividad subalterna y es más digna para el diván del siquiatra. Hoy los diarios personales tienen su equivalencia con el blog. Tanto el uno como el otro participan de esa intimidad que se exterioriza sin cortapisa, escritos en solitario (guardados con celos o dejados en la red como quien arroja una botella con un mensaje dentro al mar), pero pidiendo a gritos que alguien los lea, que cualquier otro desdichado atrapado por la literatura escudriñe en ellos, sin importar el asunto freudiano colateral.
En Kafka sus anotaciones dispersas y sus diarios sólo subrayan su condición de escritor anómalo (aunque muchos escritores que he conocido, sin ser Kafka en cuanto a escritura claro, sólo se quedan patinando en su condición de escritores metidos en su rol, algo desaliñado, de extravagantes). Kafka pactó con la literatura para convertirse en una especie de secretario de la condición humana desde el absurdo y lo inusitado. No fue al encuentro de lo extraño y rarofilo por pose o moda, sino que muchos factores conspiraron para que su trabajo literario se enfocara hacia temas nada comunes, pero con el componente subyacente del hombre azotado y vapuleado por la existencia sin razón aparente.
La metamorfosis. Portada primera edición 
Siguiendo en este peregrinar por los diarios de Kafka, o su blog personal, me encuentro con este texto:30 de agosto de 1912. Esta tarde, mientras estaba acostado en la cama, alguien hizo girar rápidamente una llave en la cerradura; durante un instante tuve cerraduras por todo el cuerpo, como en un baile de disfraz; aquí y allá, con breves intervalos, abrían o cerraban una de las cerraduras”. Aparte de estas anotaciones, poco comunes, sus escritos del día a día están plagados de sueños, cartas, aforismos, lecturas, etc. Muchas notas se orientan hacia los pormenores de la escritura y ese forcejeo constante por escribir, por llenar páginas y páginas con algo que valga la pena. Nunca estuvo seguro de lo que escribía, quería escribir con tal perfección que a veces dudada de estar a la altura para semejante tarea. Gustav Janouch recopila un hecho que expone la relación de Kafka con la escritura y su fingimiento. Este se encontraba en su estudio, sostenía un libro en blanco, dijo exasperado: “¡Sí, un libro! En realidad no es más que un simulacro hueco y vacío. Está encuadernado con piel artificial. Aunque mejor dicho, en él no hay rastro ni de artificio, ni de piel. Todo es papel. (…) ¡Dentro no hay nada, absolutamente nada! (…) ¿Se me está queriendo insinuar algo con esto? ¿Qué significa este libro que no es un libro?”. Un libro que en su aspecto externo lo es, pero en cuyo interior no tiene nada escrito señala un poco su condición: por fuera, sentado escribiendo, produce la sensación de ser un escritor, pero por dentro no hay nada. Un poco como Jack Torrance, aquel escritor de Kubrick/ Stephen King, de la película “El resplandor”, que como un poseso escribe y va llenando hoja tras hoja con una sola frase: “Todo el trabajo y nada de juego hacen de Jack un chico aburrido”. Pero para Kafka la escritura no era un simulacro, ni un sencillo juego: “Todo cuanto no es literatura me hastía y provoca mi odio, porque me molesta o es un obstáculo para mí,…".
Kafka. Sofía Gandarias
Por casualidad me topé con los diarios de la poeta Alejandra Pizarnik, quien tampoco se tomó eso de la escritura como pasatiempo para ser feliz o para que sus amigos la quisieran más, sino que para ella fue una actividad torturante y metódica. Por supuesto tenía devoción/obsesión por los diarios de Kafka, era su Biblia, según sus propias palabras, manoseada, percudida y con infinidad de anotaciones al margen. Ella escribió con esa claridad tan oscura en su diario: “No es la vida lo que me molesta; son los detalles”. Aunque en un poema la poeta vislumbró algo con respecto a Kafka y a ella misma: “…pero le paso (a Kafka) lo que a mí:/se separó/fue demasiado lejos en la soledad/ y supo -tuvo que saber- / que de allí no se vuelve / se alejó -me alejé-/ no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal) / sino porque una es extranjera/ una es de otra parte, (…)”
En una de las anotaciones finales de su diario Pizarnik escribe: “No olvidarse de suicidarse”. Días después, efectivamente, lo recordó con fría precisión. Kafka no se suicidó, murió de tuberculosis, no había cumplido los 40 años. No obstante al final pidió a su amigo Max Brod que arrojara al fuego todos sus escritos, que era como una especie de suicidio ya que la escritura, que tanto desvelos y revelaciones le había deparado, era lógico que acabase convertida en cenizas, sólo que su amigo no tuvo la firmeza para cumplir con el mandato final de su amigo y Kafka sigue en la oscura eternidad de la literatura, en el rincón de una fría habitación soñando como sus escritos arden y vuelan por el aire convertidos en pequeños pájaros negros, mientras alguien gira todas las llaves y abre las cerraduras de su cuerpo.