domingo, 27 de noviembre de 2016

La lectura instruccional y académica

Galo Guerrero-Jiménez

JacobLlawrence. La biblioteca
La mejor manera de construir significados radica en la forma cómo nos relacionamos con el otro. En el caso de la lectura, cuando el padre de familia o el profesor se convierten en mediadores, el niño y el joven aprenden a relacionarse con el texto, no solo para conocer lo que él dice, es decir, para comprenderlo literalmente sino, esencialmente, para trabajar en la comprensión inferencial. El lector de edad escolarizada casi nunca recibe una mediación adecuada para que aprenda a inferir, a interpretar, a sacar conclusiones, a elaborar preguntas, a plantear hipótesis o suposiciones que le permitan llegar a entender lo que el texto no lo dice expresamente. El lector debe saber que casi todos los textos callan o guardan entre líneas información que debe aprender a descubrirla para que pueda llegar a una auténtica interpretación.


En este sentido, hay diferencias muy marcadas entre un lector de educación básica y de bachillerato con el lector universitario. Y esto se debe a que los procesos de enseñanza-aprendizaje en cada nivel educativo tienen pautas específicas para adentrarse en el mundo de la lectura. Estas pautas son las que deben ser revisadas para que el lector de todos los niveles educativos no se quede solo en el mero cumplimiento de una tarea escolar a partir de la incipiente comprensión que logra adquirir de un texto determinado.

Es verdad que en la educación básica y secundaria se trabaja con textos instruccionales y en la universidad con textos académicos. El niño y el joven de la educación escolarizada lo que hace es recibir instrucciones de lectura que constan en los mismos textos y las desarrolla sin más argumentos que el mero cumplimiento. Son textos, por lo regular, que no están diseñados para que el lector aprenda a pensar con rigor, a cuestionar, a reflexionar, es decir a preguntarse para qué debe leer, por qué debe leer  esos temas y bajo qué circunstancias debe aprender a interpretar ese texto.

Los textos instruccionales, como es lógico, son de carácter pedagógico e incluso comercial, mientras que en la educación superior se enmarcan en procesos de análisis e investigación. Aquí, como vemos, aparecen dos grandes dimensiones de lectura que deben ser debidamente canalizadas por el mediador para que cada estudiante pueda extraer el mejor provecho lector para su formación personal y profesional, luego.

Como sostienen Cisneros, Olave y Rojas (2013): “Los libros de texto en la educación básica poseen lecturas cortas orientadas a ejemplificar o apoyar un concepto, se componen de microrrelatos, fragmentos, noticias o artículos de poca extensión; mientras que en la educación superior se necesita leer capítulos o libros completos que den una visión global del tema y faciliten la comprensión del texto teórico, del concepto y de la obra; en la universidad, se necesita buscar la construcción de herramientas teóricas que apoyen la labor investigativa y la puesta en marcha de procesos de pensamiento encaminados a la recepción crítica del conocimiento” (p. 11).

En este sentido, si los procesos lectores se canalizan bien, es decir, con “el predominio del texto narrativo en la educación básica, y el texto explicativo y argumentativo en la educación superior (…) se inscriben en el contexto académico, en tanto que se busca la construcción y asimilación de saberes; sin embargo, el carácter de los textos escolares se relaciona con lo instruccional, se orienta específicamente a un ejercicio práctico que afianza conceptos. En la educación superior, los textos pasan de ser instruccionales para adquirir un carácter científico, porque buscan la inserción a una comunidad con conocimientos específicos” (ibid, p. 11).

Referencias bibliográficas


Cisneros M., Olave, G. y Rojas, I. (2013). Alfabetización académica y lectura inferencial. Bogotá: Ecoe Ediciones. 

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