viernes, 17 de junio de 2016

Barquisimeto: el país encantado de Salvador Garmendia

 Yeo Cruz

1. La ciudad definida por el escritor


“A Salvador Garmendia lo mantenía unido
a Barquisimeto el sentimiento profundo de la nostalgia,
el cual derivó en la intensidad de una producción textual
que le permitió sentarse
con absoluta comodidad a la mesa de lo fantástico”.
Violeta Villar Liste. “Fantástico Garmendia”.
El Impulso, 20/5/2001

Poeta Yeo Cruz
Salvador Garmendia dedicó gran parte de su literatura a dos grandes ciudades: Caracas, que pasó de ser la “sucursal del cielo” a la “sucursal del infierno”. En ella vivió y murió el 13 de mayo de 2001. Novelas, cuentos y crónicas están ambientados en la capital, por lo cual es considerado como un precursor y alto exponente de la literatura urbana en Venezuela. Y otra parte de su obra está dedicada a la urbe que fundó Juan de Villegas en 1552, Nueva Segovia de Barquisimeto, la ciudad crepuscular de occidente donde nació el 11 de junio de 1928. Pero ambas ciudades, tal como las recrea en su obra inicial, ya no existen. Por eso Óscar Rodríguez Ortiz dice en una presentación de Salvador: “Ni esta ciudad capital que lo recibió veinteañero para alojarlo en una pensión de pobres, ninguna de las dos, Altagracia o Caracas, existen hoy como se dan en su obra: se las llevó el tiempo, fueron arrasadas por tractores”...(1) Tanto en la obra como en opiniones de entrevistas Garmendia dejó varias definiciones de Barquisimeto. Veamos:

Memorias de Altagracia cuenta episodios de un Barquisimeto anarquizado, contrahecho y a ratos fantasmal, que si retiráramos el espejo deformante donde se refleja, veremos que ya no queda ni el polvo deformante donde se refleja, veremos que ya no queda ni el polvo de las viejas casas derribadas un día en nombre del progreso pesetero y brutal...(2)

Barquisimeto, la ciudad, capital del estado Lara, debía tener entonces [1938] no más de 30.000 habitantes, alojados en unas pocas calles tiradas a cordel, sobre una altiplanicie perfectamente nivelada. Si ahora colocáramos una bola de plomo en un extremo de esa sabana arcillosa, allí permanecería para siempre esa bola, muda y sin pestañear, como un monumento a la inercia (...). Barquisimeto es hoy varias veces más grande y más poblado que el lugar que íntimamente conocí y rebusqué hasta su último rincón durante dieciocho años. Las calles acababan de golpe en plena sabana, entre cardones y cujíes. Se desvanecían sobre la tierra amarillenta como si les hubieran agotado las fuerzas...(3)
Cuando era muchacho, Barquisimeto no tenía nada.
Salir de noche era salir a una ciudad desierta. Había un par de cines que a las nueve ya cerraban. No había a dónde ir. La ciudad estaba completamente desierta...(4)
—Desde aquí arriba, nuestro pueblo parece más grande de como lo sentimos allá abajo, ¿no te parece? Es como si hubiesen trazado las calles con una escuadra encima de una mesa, como para hacer un tablero de damas. Barquisimeto (...). Tampoco se nota una sola arruga en esta planicie, que debe ser el lugar mejor nivelado de la tierra...(5)

De manera pues que Salvador Garmendia, además de considerar los espacios abiertos de Barquisimeto como el cielo y las sabanas, conceptualiza y universaliza a esta ciudad de calles planas y cuadradas, que según él mismo dice, desde el aire, semejan un plano gigante de ajedrez.

2. Barquisimeto, tema y ambiente para contar

La crónica fue una arista muy explotada por Salvador Garmendia. De hecho, mantuvo en el diario El Nacional su columna La vida buena: aparecía los lunes, y en ella, durante los últimos años de su vida, nos dejó una palabra sincera, donde llamaba al diálogo como una alternativa para dirimir nuestros conflictos políticos y solucionar las carencias socioeconómicas de este pueblo. Y desde luego, en esa columna y en diversos periódicos y revistas, dejó múltiples crónicas donde el tema o los personajes son de Altagracia, vale decir, barquisimetanos o larenses. En Así es Barquisimeto. This is Barquisimeto (1994) se incluye “Ayer, hoy y siempre”, una excelente crónica sobre la devoción de la Divina Pastora. En La vida buena (1995) hemos identificado siete crónicas referidas a nuestro contexto. En una de ellas, “Simón en Altagracia”, narra cómo Bolívar, en 1813, pernoctó en la mejor casa de la ciudad, dispuesta para él, luego de perder una batalla y exclamar: “Bien vale una derrota el poder contemplar un crepúsculo”. A propósito de esta crónica, cuenta Salvador que la casa estuvo ubicada donde después se formó el barrio de Altagracia, contigua a la casa de los Garmendia, y que el inmueble pertenecía a un señor de apellido Castillo, y entonces, Hermann Garmendia, con su jocosidad conocida, comentaba: “Sí, está bien, el general Bolívar, El Libertador, durmió en casa de don Castillo, pero orinó aquí”...

En la Página Literaria de El Impulso, durante julio de 2001, se publicó la serie Cuentos de espantos, aparecidos y otras yerbas, tomadas de las conversaciones que hizo Salvador Garmendia en La Peña del Museo de Barquisimeto, en noviembre de 1994, grabadas y transcritas por Pedro Pares Freites. Allí dice que Barquisimeto tiene su propio fantasma: el Tirano Lope de Aguirre. Y además, recuerda que fantasmas como El Cojo, espantos como La Mula y personajes como El Pirrango (capador de puercos) y los muertos que regresaban para asustar y reclamar a los parientes vivos, tuvieron su declive, perdieron el espacio del escenario nocturno, con la aparición de la electricidad y la televisión. Según Garmendia, porque ellos tenían una estética del ambiente, que eran los caserones, los solares, la oscuridad... por eso, ahora, se niegan a venir...

En la segunda entrega de la citada serie se refiere a los muertos caseros. Dice: “Era rara una casa donde no apareciera o hubiera aparecido alguna vez lo que se llamaba un muerto. Tener un muerto en casa era casi una prenda de orgullo de la familia. ‘En esa casa sale un muerto’, y la gente pasaba con cierta reverencia y con cierto temor”. También hace diferencia entre los muertos, los fantasmas y los encantos. Afirma: “Los encantos, los espíritus congelados, que se congelan en una piedra, en un animal, y en un momento dado, vuelven a ser hombres otra vez... esos son los espíritus de la luz...”.

De los cuentos dedicados en contenido expreso sobre Barquisimeto y sus alrededores, con personajes reales de familia o populares, pero envueltos en el velo fantástico, en orden cronológico de publicación en libros o revistas, conocemos: “Difuntos y volátiles” (en Extraños, difuntos y volátiles, 1970, y Entre tías y putas, 2008), “Asuntos de familia” (en Los escondites, 1972; Enmiendas y atropellos, 1979, y Entre tías y putas, 2008), “Joel, el maquinista” y “Un país encantado” (en El Brujo Hípico y otros relatos, 1979), “El Peligro Amarillo” y “Mr. Boland”, tomados de Memorias de Altagracia(en Enmiendas y Atropellos, 1979), “Mr. Boland” (también incluido en Relatos venezolanos del siglo XX, 1989, de Gabriel Jiménez Emán), “La casa” (en El único lugar posible, 1981, y Entre tías y putas, 2008), “No ofendía a Dios, pero lo fastidiaba” (en Grandes firmas, Ediciones EFE, Madrid, 1986, y en Entre tías y putas, 2008), “Esa cal de familia” (enHace mal tiempo afuera, 1986), “Las muñecas” y “Claudina pone oficio” (en La casa del tiempo, 1995 y en Entre tías y putas, 2008) y “La Chamusquina”, tomada de Memorias de Altagracia (en Entre tías y putas, 2008).

“Joel, el maquinista”. Relato fantástico, ambientado en la geografía del Barquisimeto de ayer. Específicamente, los eventos ocurren en la Estación del Ferrocarril Bolívar y sus alrededores, pero que Salvador Garmendia, con su acertado uso de la transposición temporal, ubica los sucesos cuando ya no quedaba nada, sólo la sabana con su carne xerófila convertida en “cecina secada por la intemperie”.

—Por aquí pasaba el tren —dijo el viejo—. Por aquí. Asomaba en la curva, ahí, desde atrás de las lomas y pitaba dos veces, porque la estación quedaba un poco más allá, en la mina. De eso no quedaban ni las sombras.(6)

Nuestro autor establece la ruta del ferrocarril desde Barquisimeto a las minas de Aroa. Sin embargo, vale una precisión histórica: el ferrocarril Tucacas-Aroa (con dos épocas, 1824-1836 y 1870-1890) se encargó inicialmente de transportar el cobre y luego el café. El ferrocarril Bolívar, en cambio, fue inaugurado en 1891 y conectó a Barquisimeto con Tucacas con un recorrido de 191 kilómetros y la distribución de 15 subestaciones, que —como indica Carlos Jiménez L.— vinculaban la ruta del café, que así pudo llegar directamente al mar.(7) De estas subestaciones nos consta que se conservan la de Duaca, convertida en una venta de verduras, y la de El Eneal, donde se aprecia la casilla y un tramo de lo que fue el camino de hierro. Ahora bien, el ferrocarril Bolívar no trasportaba sólo el cobre extraído de las minas que fueron propiedad de Simón Bolívar, sino café, productos comestibles y otros enseres. Según la profesora Lucila Mujica de Aguaje (2003), el declive del ferrocarril Bolívar se dio por la desvalorización del cobre, la inclusión de Brasil, Colombia y Java en el negocio mundial del café, así como el auge del transporte automotor y la construcción de carreteras en la geografía nacional.(8) En la actualidad, el avance urbano derribó toda la sabana, el espinar y la estación donde se ambienta el cuento que comentamos. El único vestigio es un pequeño espacio convertido en plaza, denominada La Estación, en la avenida Venezuela, frente a la hermosa catedral que ahora recibe a la Divina Pastora. Esta pequeña plaza tiene su historia. Según Romel Escalona (1993), fue fundada en mayo de 1900 con el nombre de Castro en honor del presidente Cipriano Castro. Pero en 1909 se le da el nombre de Independencia, por la dictadura de Juan Vicente Gómez. También se le conoce como Plaza 5 de Julio, porque está cerca de la avenida que tiene ese nombre. Y en 1944 el municipio le asigna el nombre de Domingo Méndez, en honor al primer gobernador del estado soberano de Barquisimeto.(9) Hoy día, nadie que se desplace en auto o a pie por esa avenida de diez canales de circulación puede imaginar que ese punto preciso con un farol, dos bancas, una destartalada fuente y tres arbustos es el que unió a Barquisimeto con el resto del mundo.

“Joel, el maquinista”, cuento fantástico que rememora el espacio antes descrito, se desarrolla con los siguientes personajes presenciales:

  • El viejo (de carnes secas, patón, manos arrugadas, voz lejana y aguda, empedernido comedor de chimó) es el dador del relato. Narra desde una vieja silla de cuero donde reposa y mira los cerros y lomas que le recuerdan lo sucedido a Engracita, malograda por el mandinga de Joel. Su casa se estremece y la perrita magnolia se espanta cuando pasa el tren.
  • Joel, el maquinista (nacido y criado en el ferrocarril, de padres desconocidos) es el hombre que nunca envejece, maneja el tren, muere trágicamente y desaparece de su tumba.
  • Mr. William, el inglés (aunque no ejecuta muchas acciones), representa el símbolo de la dominación económica, de la penetración extranjera fundamentada en el ferrocarril.
  • Tulio, el telegrafista (flaco y mal vestido, infectado de paludismo).
  • Engracita (una niña de 12 años), convertida en mujer de golpe y porrazo pues queda encinta de Joel.
  • El padre de Engracita (beodo, bilioso y rencoroso).
  • La madre de Engracita (una colombiana, también beoda), que se ganaba la vida haciendo ensalmos, pero que falleció antes de la tragedia de su hija.

En síntesis, el cuento centra el conflicto en las minas de Aroa. El final consiste en lo siguiente: Joel, el maquinista, viola a la niña Engracita, que es encontrada moribunda por su padre. El maquinista huye al monte. El padre lo persigue, lo alcanza, o mejor, lo encuentra, porque Joel lo esperaba sentado en el suelo en un llanito. El viejo arremete y lo descuartiza a machetazos. Ahí mismo lo entierran; años después los ingleses quieren darle cristiana sepultura en un cementerio y se encuentran con la gran sorpresa: un cajón absolutamente vacío. No había cenizas, ni huesos, ni los harapos con que fue enterrado Joel. Se convirtió en nada, como el tren que manejó y rugía como un monstruo que espantaba a Magnolia, la perra cazadora del viejo.

“Un país encantado”. Este cuento no tiene la dimensión fantástica de “Joel, el maquinista”. Relata la historia de una personalidad real y muy interesante de la cultura barquisimetana. Se trata de la vida de un hombre que por su oficio encarna la cadena completa del proceso productivo literario: escritor, editor, tipógrafo y librero o vendedor. En el cuento, Salvador no da indicios ni hace menciones de Barquisimeto, pero el personaje se llama Obdulio. Sin embargo, en la crónica “La aventura de narrar” ubica al personaje en Barquisimeto durante el año 1938:

Yo nací en un lugar donde nadie, antes, había pretendido escribir, un novelista allí era como un astrónomo o un explorador, un personaje de otro mundo a quien ninguno de mis paisanos había conocido en persona.
Hubo alguien, sin embargo, que llegó a resumir en una sola pieza y en un mismo momento al novelista, al editor y al librero. Él escribía las obras, las imprimía en un pequeño taller de su propiedad, designado, muy en el tono del siglo XIX, “Imprenta Alma Libre”, y finalmente salía a venderlas de casa en casa...(10)

Y en páginas más adelante, agrega esto:

Espiando por las rendijas de una celosía, yo veía pasar por la acera de casa a este robusto personaje, que por su vestimenta irregular y estropeada parecía que se hubiera quedado vestido hacía mucho tiempo, posando para un retrato que seguramente no se hizo; y al mismo tiempo me veía en otro rincón de la casa, el rincón de los libros, contemplando un grabado, en medio del olor a cola rancia que despedían las hileras de encuadernaciones en el pequeño armario...(11)


Ningún otro cronista larense —hasta donde sabemos— ha escrito algo de este personaje. No obstante, las pesquisas nos llevaron a confirmar su existencia. Su nombre es Obdulio Pulido. Oriundo de Coro, estado Falcón, llegó a Barquisimeto a los veinte años; vivía en la carrera 19 con calle 21, justo en el barrio Altagracia, y en efecto, fue vecino de la familia Garmendia. Telegrafista y tipógrafo, era, además, poeta y cronista, colaborador de El Impulso y de los semanarios La Tarde y La Nación, fundados por Esteban Rivas Marchena, quien en un editorial en 1961 lo califica de “historiador, novelista y buen escritor”. Publicó los libros de crónicas Impresiones de viajes a Coro (s/d); Ensayos de inmigración(s/d) y Voz alta (1939), referidos a varias ciudades y temas diversos. Voz alta fue impreso en la Editorial Don Quijote en Caracas. Como tipógrafo, se ha comprobado que era dueño de la Imprenta Alma Libre (1940), donde se imprimieron algunos ejemplares de la revista Alas. Como novelista se ha determinado su autoría en dos obras: Terepaima (1948) y El zaguán de doña Luz (1958), ambas reseñadas y comentadas por los críticos en su época:

  • Terepaima, de personajes realistas, ambientada en Barquisimeto, especialmente en el cerro que debe su nombre al cacique Terepaima. Además, es un recorrido por Coro, San Felipe, Cabudare, Maracaibo y los Puertos de Altagracia, en cuyos episodios se tratan asuntos históricos y culturales del país. La estructura es así: prólogo, tres partes con 22 capítulos breves, epílogo, explicación y un glosario. Fue editada en Caracas en la Editorial Vargas, con 178 páginas.
  • El zaguán de doña Luz, también realista, sus personajes principales doña Luz y su esposo Aquiles. La acción transcurre en Coro y la Vela de Coro. Estructurada en tres partes con 28 capítulos, para un total de 186 páginas. Impresa en España, en la Editorial Edime.

Del contenido de estas novelas hemos precisado que en realidad no son romanticonas, pobladas de doncellas, castillos y faunos, descritas con una redacción ampulosa, como deja ver Salvador en “Un país encantado”. Son realistas, con la presencia de guerras civiles y conflictos amorosos, desarrollados bajo la omnisciencia del narrador. Y la impresión, al contrario del cuento de Garmendia, ninguna fue editada en su tipografía, sino en Caracas y España.

Ahora cuando estamos seguros de la existencia del autor y librero, convertido en personaje novelesco, no queremos omitir la mención de otros hombres de carne y hueso, que calzan con el personaje de Garmendia. El escritor Carlos Mujica refiere que en los años 40 venía a Barquisimeto, procedente del llano, un escritor y librero. Se trata de Ramón Sosa Montes de Oca, amigo de Casta J. Riera y quien fuera conocido por Salvador. Por nuestra parte, conocimos a don Fulgencio Orellana (1917-1995), quien además de periodista y cronista, era dueño de la Tipografía Orellana, donde redactaba, componía (en linotipia), imprimía y luego, aunque no vendía, según la costumbre, regalaba sus libros de crónicas barquisimetanas, después de ser bautizadas en el Colegio de Periodistas de Lara.

En cuanto a los novelistas, también los hubo. Pocos, la mayoría con una sola obra, pero ahí permanecen, desperdigadas unas, en los sótanos de bibliotecas públicas y privadas, otras. Aunque la valoración no corresponde a este momento, mencionamos algunos nombres: José Gil Fortoul, Silvestre Castellanos, Luís Castillo Amengual, Andrés Delgado, Trino Yépez, Alberto Castillo Arráez, Hedilio Losada, Salvador Jiménez Segura, Santiago Ovalles, Santiago Pérez Gil, Julio Ramos, Cipriano Torrealba Arráez y una única mujer que a principios del siglo XX editó seis novelas: Magdalena Seijas. Fue novelista, ensayista y epistógrafa. Falleció en 1920 y por tanto no debe confundirse con Magdalena Seijas de López, profesora del Instituto Universitario Pedagógico de Barquisimeto, quien publicó trabajos didácticos.

En “Un país encantado” intervienen los siguientes personajes:


  • Obdulio, el viejo tipógrafo, editor y novelista. Su aspecto físico es voluminoso como un tonel, según lo describe el autor, en coincidencia con Rivas Marchena, quien dice que Obdulio era robusto y apuesto. Dueño del taller o tipografía, un espacio, un local, que además de su mesa de trabajo repleta de vericuetos, está lleno de papel regado por el piso, guillotinas, prensa, tienta y grasa. Además, el taller está ubicado al fondo del solar, en un subterráneo, donde se encuentran escombros y otros desechos que pueblan un mundo ya detenido.
  • Tino y Homero, maquinistas, ayudantes de Obdulio. Ambos eran enanos y Salvador los compara con dos muñecos subterráneos.
  • Olegario, un chivo viejo y verraco que vivía en el traspatio del taller y no perdía ocasión para atacar al tipógrafo con furia juguetona, dándole cornadas y empujándolo con el hocico.


3. La ciudad en las exploraciones de la niñez

Para la reedición del libro Salvador Garmendia y la función del signo lingüístico (2001) anexamos el capítulo “El cuento infantil: exploraciones de la niñez”, donde analizamos siete cuentos. Dos se refieren a Barquisimeto: “El turpial que vivió dos veces” (2000) y “Mi familia de trapo” (2002).
El fallecido poeta Aquiles Valero (2000) dejó escrito que: “...sus libros infantiles, que no son chocheras de un escritor de setenta y dos años, sino la comprensión y aceptación de que ‘el niño de hoy es el hombre del mañana’ (con perdón del lugar común) y de que debemos dirigirnos en particular a los muchachos con palabras, mensajes y estilos particulares”.(12)
Y también, agregamos, con una técnica particular, pues Garmendia, en casi todos los cuentos infantiles que conocemos, explora, viaja y fantasea desde la perspectiva de un niño. Incluso Galileo, porque es un cachorro, es decir, un gato-niño. Por otra parte, desarrolló la mayoría de sus cuentos con personajes humanizados, tomados del reino animal, seguramente convencido del encantamiento que produce en los infantes la historia de un animal, sobre todo si se trata de un cachorro. Así pues, se nota que Galileo es gato. Nicomedes, sapo. Policarpo, un pingüino, y el viejo Turpial.

“El turpial que vivió dos veces”. De Playco Editores, Caracas, Venezuela. Reimpreso en 2003, con 42 páginas y siempre bajo el cuidado de María Elena Maggi. El cuento está hermosa y expresivamente ilustrado por Rosana Faría. Garmendia recurre a la condición de narrador omnisciente y comienza con la milenaria técnica tradicional de “Hubo una vez...”, para presentar al viejo Turpial, cuya vida transcurría entre la libertad y la plenitud de vida en las sabanas de Barquisimeto, las mismas que Nicolás de Féderman, en noviembre de 1530, encontró habitadas por los indígenas caquetíos, quienes convivían en paz con tórtolas, cardenalitos, turpiales y demás aves propias del hábitat xerófilo y cuya alimentación es frutícola, insectívora y graminácea. El turpial es un tipo de ave americano. De acuerdo a la clasificación científica, pertenece a los ictéridos, aves canoras de color amarillo y familia de los oropéndolas, nombre común de lasPaseritormes, caracterizadas por tener cuatro dedos: uno hacia atrás y tres hacia delante. El turpial, en América, tiene un nombre que proviene de la voz caribe Turpiara. En Venezuela es el ave nacional desde 1958, cuando el cerro El Ávila fue decretado Parque Nacional.

Ahora bien, Marisa Vannini de Gerulewicz, en su lectura del cuento, escribió esta observación:

...Digno de un estudio profundo y de mayores reconocimientos, este libro, que no es sólo para niños, plantea en forma amena y comprensible la metáfora de la transmigración del alma humana. El turpial herido, cansado de vivir, no desea cantar. El niño, su carcelero y su liberador, abre la puerta de la jaula, y el ave celebra su libertad definitiva regalando la magia de sus trinos para elevarse luego al infinito, a vivir otra vida, totalmente libre y plena, así como el hombre, turpial cautivo en la red de continuas artimañas, de fútiles rutinas, libera su alma un día, escapa a otros espacios, y comienza una verdadera existencia, en un estadio superior.(13)

En cuanto al contenido y a la estructura de “El turpial que vivió dos veces”, de acuerdo a nuestra lectura, resaltan los siguientes elementos:


  1. Narración omnisciente y carencia de diálogo directo entre los personajes. El turpial y el niño, protagonistas, mantienen una relación casi mágica, de acercamiento y comunión, pero cuando se hablan lo hacen de manera indirecta:
  2. “...Pegaba la cara a la jaula, le decía cosas cariñosas con una vocecita chillona, para no asustarlo, y hasta se ponía a silbar como pidiéndole que cantara para él”...
  3.  “¡Qué mal me imita el pobre!”...
  4.  “¡Adiós! ¡Gracias! ¡Te espero en la sabana!”...
  5.  Carencia de nombre propio de los personajes. Aunque los personajes principales están bien definidos, el viejo turpial y el niño que lo derriba con su honda, flecha, cauchera o “china”, como se le denomina, no poseen nombres propios. Tampoco el resto de personajes, como la madre del niño y los demás habitantes de la casa. Desde luego, esta situación no es un demérito literario, pero sí rompe con la característica del resto de cuentos que conocemos de Salvador, donde los personajes están identificados con apelativos.
  6. Están presentes la fábula y la humanización. También ese elemento extraordinario de comunicación entre niños y animales que Salvador Garmendia desarrolla en la mayoría de sus cuentos infantiles. Sin embargo, en “El turpial que vivió dos veces” esa comunicación no alcanza la fuerza ni el nivel fantástico que opera, por ejemplo, en “Galileo en su reino” y “Un pingüino en Maracaibo”. Aunque se produce un estado de conciencia y reflexión, tanto del viejo turpial como del niño cazador. El turpial adquiere conciencia de su vida, aplica la psicología para entender la postura de su depredador y del resto de la familia que lo mantiene cautivo. Por su parte, el niño, en gesto de arrepentimiento, no sólo decide salvar al turpial herido, sino que sufre un significativo cambio de conducta y deja ese “pasatiempo” de andar por la sabana matando pájaros, y cuando el turpial canta enjaulado, el niño, inesperadamente, decide dejarlo en libertad.


“Mi familia de trapo” (2002). Es una hermosa edición de la Fundación Provincial de Caracas, que contiene ilustraciones especiales de Lilian Maa’Dhoor y Teresa Mulet, con un breve prólogo de la escritora y cantante larense Rosario Anzola. Salvador desarrolla la fantástica historia de un niño, protagonista-narrador, quien tiene dos familias: la de verdad (de carne y hueso), de la cual no dice casi nada, y la de trapo (muñecos hechos con retazos de tela), con la cual convive y juega y posibilitan el desarrollo del cuento. La familia de trapo está constituida por los Fuequinde de Robinsón: doña Felicia, don Idelfonso y tres hijos: Francisco, Paquito, el flaco y larguirucho, y Felicita. Esta familia fue confeccionada por la mamá y las tías del niño-narrador y por tanto carecen de evolución, crecimiento y desarrollo. No obstante mantienen una vida “imprinting” que comparten con el niño dentro de la gran casa donde habitan. El ambiente del cuento tiene como marco el hogar provinciano con animales y todo: gallo, burros, morrocoyes y guacharacas... y un personaje referencial, típico de la época, representado por Tarcisia, la leñatera, una vieja que recorre las calles vendiendo leña seca, y el cual se conjuga con lo que afirma Rosario Anzola:

Para Salvador Garmendia, la infancia siempre estuvo a la vuelta de la esquina. La plaza de Altagracia y sus alrededores, donde transcurrió su niñez, lo acompañaron siempre, así como los recuerdos de su familia, de su tropa de hermanos, de sus pantalones cortos, de los raspones en las rodillas y de los juegos con perinolas, trompos y metras. El habla, las costumbres y las historias de los lugares y lugareños de Barquisimeto, para esa época una ciudad absolutamente provinciana, se constituyeron en huellas perennes de su paisaje interior y en substrato de su vasta literatura.(14)

Constituye este hermoso relato un sueño garmendiano de la niñez. Marisa Vannini de Gerulewicz lo enfatiza de esta manera:
Los sueños de trapo de Garmendia nos remiten a la misma infancia campesina, a esa familia plasmada en el tiempo y el espacio, a esa casa luminosa de la niñez, morada de puertas despejadas que a través de la niebla de los años aún esparcía su hálito afectuoso y creador en el alma del autor, cuando urdía las aventuras de estos personajes, larenses, venezolanos, universales.(15)

En “Mi familia de trapo” se pone en perspectiva la visión garmendiana explorada en otros relatos suyos como “El Capitán Kid”, donde los protagonistas viajan y exploran. Aquí, desde esa casa grande, grandísima, comienza el cosmos. Primero se ve la casa del frente, luego las calles, la ciudad o pueblo. Después el fin del mundo: otros mundos, otros planetas, millones de estrellas y más y más... Una mañana, el niño busca a los Fuenquide y éstos lo invitan a recorrer el mundo sin salir de la casa y es entonces cuando se percata de su fantástica transmutación o conversión y dice: “Fue en ese momento cuando comprendí que me había vuelto pequeñito como ellos y empezamos a caminar juntos con las manos agarradas”. Fueron a conocer los planetas sin salir de la casa. Se cumple así el sorpresivo final con un “fundido de imágenes”, tal como ocurre en algunos cuentos del maestro latinoamericano Julio Cortázar.

4. Altagracia, epicentro de la infancia y la memoria

Memoria, sueños, anécdotas y lecturas del autor se unen en las páginas de El parque (novela corta) 1946), Memorias de Altagracia (1974) y El Capitán Kid (1988).

El parque (novela corta) (1946). Se trata de una narración, de la cual, el mismo Salvador dice que es “más corta que novela”. Con la aparición de esta publicación, el poeta de Sanare, José Antonio Escalona Escalona, escribe un comentario en la Revista Nacional de Cultura, Nº 58, septiembre-octubre, 1946, convirtiéndose así en el primer comentarista crítico de Salvador Garmendia. De esa nota citamos:

La Academia “Mosquera Suárez” ha publicado, en su sexta entrega, El parque, de Salvador Garmendia. Él le ha puesto el subtítulo de “novela corta” a este trabajo suyo. Pero de acuerdo con lo que entienden los modernos tratadistas de la teoría literaria por novela corta y la diferencia que han establecido entre ésta y el cuento, no es posible considerar El parque como una novela corta ni como un cuento largo. Se trata más bien de un relato, un poco extenso y desordenado, donde el autor traza una serie de cuadros sucesivos del mundo psicológico del protagonista, Álvaro Fernández.(16)

Aunque no hemos leído esta obra, pues está totalmente desaparecida, por confesiones del propio Salvador sabemos que el personaje principal, Álvaro Fernández, es una especie de Robinson Crusoe. Las acciones transcurren en el Parque Ayacucho de Barquisimeto, donde el protagonista se aísla en un intento por encontrar su identidad y dar sentido a su vida. Aduce Garmendia que fue su primer intento de narrar la condición de la soledad del hombre, y por eso sitúa las acciones lejos de Altagracia, allá al oeste de la ciudad. De ahí el título de El parque. También dijo que significa su identificación literaria con el personaje de la novela Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, que lo “marcó” para siempre y, como dijo, “se le pegó como polvo de orín”. Leamos su testimonio, referido a la influencia robinsoniana:

A los catorce años leí por primera vez Robinson Crusoe, en una policromada edición de Ramón Sopena, con sus páginas tiradas a dos columnas. Desde ese momento supe que mi personaje novelesco ya había nacido y estaba en circulación desde hacía unos pocos siglos. Era un hombre solo. Un hombre y su memoria. Un Robinson. Una conciencia rodeada de sombras. Este personaje, este mismo pájaro gris con una pedrada en el ala, ha estado revoloteando sin parar por todas las páginas que hoy he escrito.(17)

Pero hay más. En la revista Sardio, Nº 1 (mayo-junio, 1958), publicó el cuento “Crusoe”. En cuatro páginas y de manera omnisciente presenta al personaje solo en su torre, atormentado por el insomnio y dedicado a reflexionar y escribir. En una visión, a través de la ventana, recuerda la isla, su isla, su vida, y luego retorna a la realidad para releer la última frase escrita: “A nadie puedo hablar y carezco de todo consuelo humano”.
En una entrevista concedida a Marianella Vanci, menciona ese cuento, reafirma su impresión infantil por Robinson Crusoe y entonces dice:

Más tarde cuando escribí mi primer relato se llamaba “Crusoe”. Cuando yo era niño me ilusionaba mucho estar en una isla desierta y hacer cosas. Hacer una vida, y cuando me vine de Barquisimeto a Caracas y me sumé a la multitud comencé a verme como Robinson Crusoe que había perdido su isla y que si no la volvía a encontrar no volvería a ser feliz, yo creo que en realidad esa isla es mi infancia. Es por eso que escribo sobre ese solitario y creo que seguiré haciéndolo siempre.(18)

Así pues, esa presencia de Crusoe, en efecto, lo acompañó de por vida.

Memorias de Altagracia (1974), cuyo lenguaje poético y su tema reminiscente sorprendió e hizo pensar que ponía punto final a la forma urbanística, está estructurada en 18 relatos con independencia en cuanto a tiempo y espacio. Las aventuras surgen a partir del recuerdo de la lectura de “Los ferrocarriles del mundo”. Los protagonistas son dos niños primos hermanos: el Cachorro y Alí, el Ratón. Narra el Cachorro. Con sus juegos, sueños y fantasías, Salvador vive ynos hace vivir la infancia al tiempo que con personajes populares como Marinferínfero (manco, castrador de chivos que vivía bajo tierra) universaliza a esta ciudad de calles planas y cuadradas. Pero también aparecen allí los célebres Andarines. Esos seres populares y extraños, extraviados mentales que andan de pueblo en pueblo y que Salvador con fino humor define como hermafroditas, “porque nunca se sabe si son hombres o mujeres o las dos cosas a la vez”(Memorias de Altagracia, pág. 61). Pero no debemos olvidar aquí esos personajes realistas legendarios, unos fantásticos o imaginarios, otros. Por ejemplo, el aviador inglés, Mr. Boland, quien realizó un vuelo en una avioneta ante la mirada atónita de los habitantes. Rememora esta hazaña lo ocurrido en Venezuela cuando un avión surcó los aires y desde lo alto del cielo dejó caer papeletas de propaganda electoral y entonces la gente, despavorida, corrió a las iglesias, no sin antes comprar la vela morada del perdón porque pensaban que era el fin del mundo... ¿Y qué decir de las mujeres largas de la lluvia? Fantasmas que eran más altas de lo común, extrañas y volátiles, pues el Cachorro las atravesaba sin esfuerzo como una pared hacia una oscuridad sin fin. Y está la presencia de Fritz, el bombardinero; hacedor de burbujas. Y el misterioso Matagatos, un bobo. Confidente de un ingeniero popular no identificado que durante veinte años diseña la construcción de un auto especial: el peligro amarillo.

También destacan las aventuras del mago Eddie, el Garantizado, el que todo lo puede. Aunque más que un mago, Eddie era un malabarista del lenguaje, que iba de casa en casa con su acto espectacular y ofrecía en venta una larga lista de enseres y aparatos “modernos”. Se enamora de la Niña Dolorita (la muñeca de vidrio), se casan y deja de ser mago. Y desde luego, tenemos que hacer referencia obligada a otros personajes y lugares, no menos importantes. Los personajes de familia: el tío Gilberto, boticario, quien fallece. El tío Luis, la madre del Cachorro, las tres tías: Augusta, Rosa y una no identificada. Natalia, una de las sirvientas. De los lugares, están las sabanas de la Ruezga, donde los Andarines aparecían y desaparecían en un solo desparpajo. Se mencionan los cardonales del oeste, pues la ciudad terminaba en el cementerio y, más allá todo era arrabales. Pasó mucho tiempo para que la ciudad extendiera sus límites y fue sólo cuando cumplió 400 años que le construyeron ese icono conocido como El Obelisco. Y por supuesto, en la obra no podía faltar el río Turbio, comparado por Salvador con el legendario Ganges, el río sagrado de la India. Nuestro río, que ahora, según Renato Agagliate,19 nada tiene que ver el nombre Barquisimeto con el agua ceniza sino con un bejuco llamado bariquís dulce, es descrito por Alí, el Ratón, de esta manera:

No era un río verdadero del todo, sino un gran camino de arena roto en varios sitios por algunas venas de agua de color ceniza. La arena podía verse azul a distancia, aunque debajo de nosotros tenía un color de hierro. Era el río Turbio... (Memorias de Altagracia, pág. 109).

Y entre los personajes novelescos están el padre Azueta, quien se niega a enterrar a los cinco fusilados en la plaza mayor;* el general Raldiriz y su hija Josefita; Abilio, el bodeguero y las Sorondo, tres tías (todos mueren misteriosamente asesinados); Segunda, la Chamusquina, nombrada así porque escapó de un incendio de joven y puta, ya vieja, sola y cansada, sólo podía hacer de bruja; don Abelito, dueño del taller de fotografía, donde los primos encuentran el libro Los ferrocarriles del mundo, con el cual viajan y fantasean, pues al abrir las páginas, los personajes se animan y cobran vida. Y, desde luego, mencionamos esos personajes colectivos, hombres que iban a disfrutar de las aventuras de las películas que se proyectaban en el famoso cine Arenas: Tarzán, Red Ryder, El Llanero Solitario, Santo, el Enmascarado de Plata, Lo que el viento se llevó... y otras tantas películas de la época que hicieron reír y llorar a los barquisimetanos y, por extensión cultural, a todos los venezolanos. Los hombres iban al cine con sus sillas al hombro, mientras Alí y el Cachorro se coleaban y llegaban a las gradas iluminadas y entonaban aquel viejo dicho infantil, recreado con los nombres de las más reconocidas compañías fílmicas de esa época: “Si tú me lo paramaunt picture yo te lo metro goldin mayer”...

* Nota del autor: En diciembre de 1835 fueron fusilados nueve revolucionarios en la plaza Altagracia. Entre ellos, dos poetas: José Mármol y Lorenzo Álvarez, “El Rano”, ambos caroreños. Pertenecían a la Revolución de la Reforma, promovida por militares descontentos ante la disolución de la Gran Colombia.

El Capitán Kid (1988). Una novela recurrente en forma, tema y ambiente: Altagracia en la niñez del autor, vale aclarar, el barrio Altagracia de Barquisimeto, donde nació y siendo adolescente compartió tertulias y tentativas literarias con Rafael Cadenas, Elio Mujica, Alberto Anzola y otros currinches para ese entonces; la evocación y reminiscencia a través de los mismos personajes de Memorias de Altagracia como si fuera una prolongación. Como “una saga de memorias... una especie de continuación...”, afirmó Salvador. Las aventuras surgen de un modo idéntico que en Memorias de Altagracia, a partir del recuerdo de la lectura de El libro de los mares. Sin embargo, anexo una observación que Salvador me formuló durante una conversación en la Capilla del Museo de Barquisimeto: en El Capitán Kid los muchachos tienen un comportamiento algo diferente, con actitudes propias de un par de adolescentes. En efecto, tal actitud se observa en las aventuras de las páginas 92, 93 y 147 de la novela. Y además, comparten aventuras con el propio Capitán Kid y son presentados y descritos físicamente por el autor. Alí explica por qué su primo se llama Cachorro (pág. 43). Con frecuencia, los primos y sus amigos de aventuras van a pasear por la sabana (págs. 183 y 186).
Mencionemos algunos personajes de familia: la tía Hildegardis; Betty, prima de ambos y novia del Cachorro; el abuelo y Ezequiel, padre del Cachorro; el padre de Alí, a quien el hijo llama “el maldito”. El Ratón le confiesa al Cachorro que ha estado reuniendo dinero para escapar del internado y viajar en busca de su padre, el maldito, quien debe estar en algún lugar del mundo. Al final, el padre regresa y se lo lleva en un viaje a Nueva York. Otros personajes son Vincenzo, un italiano, y su joven esposa, Paulita, que llegan al pueblo para instalar una carpintería. Allí iba Cachorro a trabajar, a enderezar clavos, sin que el Ratón lo supiera.

Finalmente debemos decir que El Capitán Kid contiene una fiesta verbal preñada de situaciones y aventuras donde el pueblo de Altagracia es sólo un pretexto y soporte memorístico de Salvador Garmendia, pues gracias al magistral uso del tiempo y la acción continua, Altagracia hace esta vez de calle, barrio, ciudad, puerto, mar y carcasa del célebre barco Royal Prince, en cuya proa navegan el Cachorro y su primo Alí, el Ratón, un par de niños (o adolescentes) que sueñan, fantasean, juegan y viajan junto a la figura legendaria del experimentado Capitán Kid. Esa multiplicidad geográfica que adquiere Altagracia permite a los niños realizar una circunvalación por mares y continentes. Y esa dimensión universal deEl Capitán Kid quizás sea lo que marca una diferencia respecto a la novela Memorias de Altagracia.

Notas
1. Rodríguez Ortiz, Óscar. Salvador Garmendia en la Biblioteca Nacional. Serie Premio Nacional de Literatura. Catálogo 7 (1989). Pág. 8.
2. Garmendia, Salvador. “Lección inaugural”. Mérida, 1977. En: Revista Albor. Nº 3. Diciembre, 2003. Barquisimeto. Aproupel. Pág. 12.
3. Garmendia, Salvador. “La aventura de narrar”. En: A propósito de Salvador Garmendia y su obra. Grupo Editor Norma. Colección Cara y Cruz. Bogotá, Colombia, 1991. Págs. 10-13.
4. Garmendia, Salvador. “Cuentos de espantos, aparecidos y otras yerbas” (III). Página Literaria. Cuerpo C. El Impulso, domingo 22 de julio de 2001.
5. Garmendia, Salvador. El Capitán Kid (1988). Págs. 41 y 42.
6. Garmendia, Salvador. “Joel, el maquinista”. En: El Brujo Hípico y otros relatos. Caracas, Editorial Circa, Libros de Hoy, Nº 23, 1979. Pág. 21.
7. Jiménez L., Carlos. Duaca en la época del café, 1870-1935. Duaca, Biblioteca de Temas y Autores Duaqueños. Vol. 2. (2001).
8. Mujica de Asuaje, Lucila. El Ferrocarril Bolívar (De Tucacas a Barquisimeto). Fundación Buría/Zona Educativa del Estado Lara. Barquisimeto, 2003.
9. Escalona, Romel. Parques, plazas y monumentos de la ciudad de Barquisimeto (1993). Ediciones del Concejo Municipal de Iribarren. Pág. 82.
10. Garmendia, Salvador. La aventura de narrar. Ob. cit. Pág. 9.
11. Ídem. Pág. 10.
12. Valero, Aquiles. “De cara al tercer milenio”. En: “Salvador Garmendia, el niño de oro del siglo XX”. Ideas de Hoy,encartado cultural del diario Hoy. Año 1, mes 5. Nº 15. Octubre 2000. Barquisimeto. Págs. 4-5.
13. Vannini de Gerulewicz, Marisa. “El turpial que vivió para siempre”. En: Revista Nacional de Cultura. Año LXVIII, 2006, número 334. Pág. 36.
14. Anzola, Rosario. Prólogo a Mi familia de trapo. Caracas, Ediciones Fundación Provincial, 2002. Pág. 3.
15. Vannini de Gerulewicz, Marisa. Ob. cit. Pág. 37.
16. Escalona Escalona, José Antonio. Salvador Garmendia. “El parque (novela corta)”. En: Revista Nacional de Cultura. Nº 58. Septiembre-octubre, Caracas, 1946. Págs. 181, 200.
17. Garmendia, Salvador. “La aventura de narrar”. En: A propósito de Salvador Garmendia y su obra. Grupo Norma. Bogotá, Colombia, 1991. Pág. 25.
18. Vanci, Marianella. “Salvador Garmendia: Un náufrago de su ciudad natal”. Revista Gala. Año 9. Nº 95. Diario El Impulso, 5 de junio de 1994. Pág. 21.
19. Agagliate, Renato M. Barquisimeto y su bejuco inspirador. Estudio etimológico del hidrotopónimo larense.Barquisimeto, 2002. Pág. 100.

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