lunes, 16 de marzo de 2015

El libro un compañero

Miguel Márquez

Leyendo en las alturas. ilustración Loika
Pero hay que decir algo de una vez. Los libros, como las grandes experiencias de la vida, llegan a nosotros por las vías más insospechadas. Casi todos los grandes lectores confiesan haber llegado a la lectura de una forma muy personal. Y es muy raro, en cambio, que alguien se acerque a ésta por obligación. Tal vez sea la razón de que la escuela tenga tan poco éxito a la hora de formar nuevos lectores y de fomentar el hábito de la lectura. Nos acercamos a los libros como al amor: por el destello de algo que queremos tener a nuestro lado, que nos proporciona dicha y que nos hace seres humanos más completos.
Recuerdo que cuando estaba muchacho veía los libros con cierta distancia. En mi casa había una gran biblioteca porque mi papá era un gran lector, pero no le gustaba hablar de lo que leía, no compartía ese mundo con sus hijos. Y, además, por problemas típicos de la adolescencia, en ese momento la figura paterna no formaba parte del mundo que me interesaba. De allí que prefiriera con mucho la música, el rock, a la lectura. Me parecía más adecuada a mi carácter y más contestataria. Con la música experimentaba la rebeldía, sentimiento que no había podido todavía conocer en los libros. En ese momento los Beatles o los Rolling Stones estaban más cerca de mis emociones y de mi mundo espiritual. Difícilmente habría pensado que los libros se convertirían en una parte absolutamente esencial en mi vida, una de las compañías que nunca he dejado.