sábado, 18 de abril de 2015

Ventana sobre la palabra



  I
Los cuentacuentos, los cantacuentos, sólo pueden contar mientras la nieve cae. Así manda la tradición. Los indios del norte de América tienen mucho cuidado con este asunto de los cuentos. Dicen que cuando los cuentos suenan, las plantas no se ocupan de crecer y los pájaros olvidan la comida de sus hijos.  

  II
En Haití, no se puede contar cuentos durante el día. Quien cuenta de día, merece la desgracia: la montaña le arrojará una pedrada a la cabeza, su madre sólo podrá caminar en cuatro patas. Los cuentos se cuentan en la noche, porque en la noche vive lo sagrado, y quien sabe contar cuenta sabiendo que el nombre es la cosa que el nombre nombra.  


III

En lengua guaraní, ñe'e significa "palabra" y también significa "alma". Creen los indios guaraníes que quienes mienten la palabra, o la dilapidan, son traidores del alma.  

IV
Magda Lemonnier recorta palabras de los diarios, palabras de todos los tamaños, y las guarda en cajas. En caja roja guarda las palabras furiosas. En caja verde, las palabras amantes. En caja azul, las neutrales. En caja amarilla, las tristes. Y en caja transparente guarda las palabras que tienen magia. A veces, ella abre las cajas y las pone boca abajo sobre la mesa, para que las palabras se mezclen como quieran. Entonces, las palabras le cuentan lo que ocurre y le anuncian lo que ocurrirá.

  V
Javier Villafañe busca en vano la palabra que se le escapó justo cuando iba a decirla. ¿Adónde se habrá ido esa palabra que tenía en la punta de la lengua? ¿Habrá algún lugar donde se juntan las palabras que no quisieron quedarse? ¿Un reino de las palabras perdidas? Las palabras que se te fueron, ¿dónde te están esperando?

  VI
La A tiene las piernas abiertas. La M es un subibaja que va y viene entre el cielo y el infierno. La O, círculo cerrado, te asfixia. La R está notoriamente embarazada. —Todas las letras de la palabra AMOR son peligrosas —comprueba Romy Díaz-Perera. Cuando las palabras salen de la boca, ella las ve dibujadas en el aire.

  VII
Llevaba más de veinte años preso, cuando la descubrió.
La saludó con la mano, desde la ventana de su celda, y ella le respondió desde la ventana de su casa. Después, le habló con trapos de colores y con letras grandes. Las letras formaban palabras que ella leía con largavistas. Ella contestaba con letras más grandes, porque él no tenía largavistas. Y así les creció el amor. Ahora Nela y el Negro Viña se sientan espalda contra espalda. Si uno se va, el otro se cae. Ellos venden vino frente a las ruinas de la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo.

  VIII
Los forasteros habían llegado, y el rabino no tenía nada para ofrecerles. Entonces el rabino fue al huerto y le habló. Habló a las plantas con palabras que venían, como ellas, de la tierra regada. Y las plantas recibieron esas palabras y súbitamente maduraron y dieron frutas y flores. Y así el rabino pudo agasajar a sus huéspedes. Lo cuenta la Cábala. Y la Cábala cuenta que el hijo del rabino quiso repetirlo, pero el huerto fue sordo a sus palabras y ninguna planta creyó ni creció. El hijo del rabino no pudo. Pero, ¿y el rabino? ¿Pudo el rabino repetir su propia hazaña? La Cábala no lo cuenta. ¿Qué pasó con el rabino si nunca más le contestaron el naranjo, ni el tomate, ni el jazmín? ¿Sabe callar la palabra cuando ya no se encuentra con el momento  que la necesita ni con el lugar que la quiere? Y la boca, ¿sabe morir?

Del libro Las Palabras Andantes

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