miércoles, 27 de agosto de 2014

Los niños y la poesía


 
Morita Carrillo

Niña leyendo. Iman Maleki
La literatura es parte esencial del arte al servicio del niño. Ofrece un campo vastísimo para cultivar el sentido estético. Para nuestros propósitos de exposición breve, la consideramos de inmediato en su gran división de Poesía y Prosa. A la primera forma expresiva nos vamos a referir a continuación, asignándole concretamente el papel principalísimo que desempeña con respecto a la formación estética.

Poesía y Educación Estética

No cabe duda de la profunda virtud docente de las artes. Y que de ellas, la poesía es la que tiene un parentesco más cercano con las almas infantiles: lleva al a encontrarse dentro de sí mismo y hacer uso de sus recursos totales de imaginación, de sensibilidad, de afectividad; es capaz, en fin, de guiarlo hasta el libre desarrollo de sus facultades creadoras, por su gran poder de emulación. Mucho se ha insistido sobre la gran capacidad receptiva de los niños, como también es bien sabido que todo contacto con la belleza es por sí mismo fértil. Lo será entonces mayormente si los destinatarios son
niños, seres dueños de un mundo interior libre, desprovisto de juicios convencionales; poseedores de la sinceridad ideal para la interpretación pura. He aquí el terreno más propicio. El pensamiento literario adecuado, la bella imagen, pueden dar rienda suelta a una imaginación creadora de doble juego: el que conlleva el goce estético inmediato y el que como sedimento maravilloso irá a incorporarse al futuro desenvolvimiento.

¿Ha sabido aprovecharse la escuela de las inagotables posibilidades de la poesía?

Con todas las virtudes que se le enumeran, a pesar de estar reconocida por los especialistas como la forma más viva y emocional del lenguaje, la poesía  no ha entrado en la escuela por la puerta grande. Los programas escolares en este sentido le reconocen al niño el derecho a la belleza, pero esto no pasa de ser un reconocimiento teórico, motivo por el cual la escuela no ha logrado superar el plano de la pobreza literaria. A la poesía, la auténtica, la adecuada, le corresponde un ancho sitio en el ámbito de las aulas, pero aún espera, relegada a un plano muy secundario. Sin lugar a dudas, la poesía es uno de los más valiosos auxiliares de la educación estética. La emoción comunicativa del verso habla a la necesidad expresiva del pequeño oyente, traduciendo en él íntimo deseo de expresarse bellamente. Recordemos  que el niño piensa en imágenes, y que si no alcanza a expresar lo que siente, es simplemente por pobreza de lenguaje.
Venimos viendo a través de lo expuesto cómo interviene la poesía en la formación del educando. Recapitulemos:

1)    Despierta profundas sugerencias en el alma del niño.
2)    Señala las vías para el goce estético.
3)    Enriquece el caudal de imágenes del juego de su pensamiento.
4)    Refina su gusto y ayuda a estructurar su personalidad.
5)    Le estimula para que se exprese bellamente, o sea que le incita a crear.
6)    Le ayuda a descubrir, casi sin tener conciencia de lo que hace, que él siente poéticamente.
7)    Deja en el inconsciente una sedimentación maravillosa que se incorporará al futuro desenvolvimiento.
8)    No estando al servicio de los interese inmediatos, crea una especie de conducta subjetiva, llamada a salvaguardar sus intereses espirituales.

Y todo esto es muy importante. Tengamos presente lo que nos dice el eminente psicopedagogo M Debesse: “No es una inteligencia ni un carácter lo que formamos es un niño lo que cultivamos...”

¿Interesa o no que los niños entiendan a cabalidad la poesía?

Muchacha leyendo. Ilya Repin
Materia de muy hermosas reflexiones es la telegrafía poética de la infancia.
Esas manifestaciones mágicas-breves, salidas de un impulso sin ideas preconcebidas, son la experimentación de un deseo involuntario de participación en la belleza y dan la medida exacta de la aptitud del niño para sentir la poesía. No entenderla a cabalidad. Ha sido repetido hasta la saciedad que no es indispensable a alcanzar de momento las significaciones, porque la poesía más que a la inteligencia va dirigida a la sensibilidad, por tanto no ha de ser medida con la vara del razonamiento. Al respecto dice Dora Pastoriza Etchebarne: “No interesa que el niño entienda la poesía en su significado exacto. La poesía es palabra y es música y como tal va dirigida, ante todo, al oído, camino forzoso para tocar la sensibilidad...” Y agrega más adelante: “Si el niño escucha algo bello que lo emocione, puede sin comprenderlo imaginar bellamente, crear poéticamente su mundo. ¿Y qué más podríamos pedir?”
Tanto se discute sobre este asunto sin conseguir ganar para los niños el derecho que desde siempre nos asignamos los adultos: el de gozar de la emoción que depara la poesía, el de sentirla, sin que nadie nos obligue a estropear el goce estético con el frío razonamiento, con el encasillamiento de la comprensión total. La de esta injusticia: para ellos, demasiada severidad; para nosotros, demasiada indulgencia.
Referido a la poesía encontramos el siguiente concepto de Juan Ramón Jiménez: “En casos especiales, nada importa que el niño no lo entienda, no lo comprenda todo. Basta que se tome del sentimiento profundo, que se contagie del acento, como se llena de la frescura del agua corriente”.
La poesía ilumina los enigmas del subconsciente, vigoriza la imaginación: ennoblece, por cuanto aparta de lo burdo, de lo chabacano; proporciona  el punto de partida hacia el gesto evocador..., o simplemente satisface las ansias infantiles de ternura juguetona. ¿No es suficiente?

Hogar y Escuela en íntima colaboración hacia la formación de los espíritus

Lástima grande que el criterio adulto gravite casi siempre con rígidas imposiciones sobre la infancia, apagándole sus fulgores naturales. Por un lado la escuela, barco anclado frecuentemente en un mar de severas disciplinas y capitaneado no pocas veces por maestros carentes de sensibilidad, mata la emoción que da vida y sentido mágico a los universos infantiles. “Por ello es muy importante --- dice Manuel M. Cerna --- que el maestro aspire a la belleza, en un mundo en que los valores estéticos se deforman...”
Pero es que no sólo ha de ser la escuela, los maestros. Es el hogar. Son las personas que tienen el privilegio de establecer las primeras relaciones sensibles con los pequeños, quienes pueden adelantar la hora de la belleza en los relojes de la infancia, haciendo accesibles a la mentalidad de los pequeñines: luz, música, color, formas; a través de canciones de cuna, rondas o simplemente cancioncillas sin sentido e ingenuos ritornelos. Si el niño no comprende, de cualquier modo su sensibilidad será mecida suavemente por el encantamiento de la musicalidad, del ritmo, de la visión de conjunto; lejana, subjetiva. Porque  como dice M.Debesse: “Ver en la formación del espíritu un asunto puramente escolar sería un error peligroso. No hay dos campos separados: la escuela, campo reservado al instructor y al pedagogo, y la vida extraescolar, librada a otros educadores.” Aparejados, pues, padres y maestros en la labor común desde la iniciación y al nivel de todas las edades. “Que el de más edad ----- recomienda  Edmond Michaud ----- sepa esperar, comprender y elegir; que camine junto al menor compartiendo con éste no sólo el polvo del camino, sino también el pan del espíritu.” Por tanto, acerquemos como caracol mágico al oído de los niños, el verso de la honda sugerencia, del poder evocador, de la bella metáfora... Y ellos escucharán en él un mar de poesía que mece confusamente sus propias imágenes de adivinaciones estremecidas. No es dado encontrar más anchos espacios nutricios para las almas infantiles.

1969

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