miércoles, 2 de abril de 2014

Por qué escribe la gente y el futuro indescriptible de los libros

Samuel Feijoo

A nosotros nos ha preocupado algunas veces por qué escribe la gente. Al argentino Maella, pensando sobre tan formidable tema, se le ha ocurrido lo siguiente (extractamos):
1: Porque le regalaron al escritor una máquina de escribir.
2: Porque ansía conquistar una muchacha esquiva. Buena parte de la (calamitosa) poesía erótica tiene ese origen.
3: Porque está descontento con su empleo.
4: Porque son señoritas feas.
5: Porque tienen “facilidad”.
 6: Porque quieren ganar un premio, o dinero o fama.
7: Porque escriben para asombrar a papá y mamá.
Maella agrega que los verdaderos escritores no escriben con facilidad sino con desgarramiento. Son los “testigos” de una época. Y en sus obras “realizan algo así como un sueño colectivo”. Eso dice Maella.

A los escritores cogidos en tal clasificación, añadimos a los que se catarsean, a lo que aman pensamientos que no encuentran, músicas que no suenan  aún, camaradas que no descubren (y que ponen a hablar), los que no desean que supersticiones, mentira y violencia continúen en el mundo, los que quieren poblar con mayor fantasía bella al mundo.

El drama: la estantería rellena de libros. Ella tras dar la vuelta al mundo miles y miles de veces provocará un ingente motín, que llevará a candeladas que nos harán competir con el sol en largura de lenguas de fuego. Como hemos explicado ya, este suceso pasmosísimo quedará a las futuras generaciones. ¡Qué espanto letroso en el año 200000, por ejemplo, o en el año 2789993 … ¿Qué se va hacer con tantos libros y tanta fantasía y tanta creolina mental y tanta peste  a genio entinterado sino la hoguera que nos hará una nueva Nova  iluminando los últimos rincones del universo asombrado?... Hay que pensar que la invención de la imprenta es muy reciente, cinco siglos escasos. ¿Qué será en 30.000 siglos de producción masiva, en 300.000.000 de activos siglos? La columna de humo del holocausto libresco de los terráqueos ocultará el resplandor de las estrellas tantos milenios que el hombre que quede por ahí, como el pez de las profundidades perderá la facultad de la vista. ¡Sí! ¿No se coronarán las ciudades de libros, no colmarán éstos los valles del mundo en dos billones de años, secando los ríos, apabullando ventisqueros y neveras que parecerían eternas? ¿No correrán los volúmenes como corrientes enormes monstruosas y acobardantes, hacia el mar hasta secarlo, también, tomo tras tomo, colección tras colección bella, absorbiendo el agua de la mar, con la miríada de papel? ¿No?... ¡Ya lo verán los mundanos del ancho porvenir! ¡Escritores de ayer, de hoy, de mañana y pasado mañana y de tras pasado mañana, todo el porvenir letrador! ¡Y los escritores de las futuras épocas, empujando como siempre, y queriendo su poquito de ajonjolí publicista, como siempre! ¡De pensarlo solamente se nos despilfarra el cerebelo! ¡Qué Armagedón de la letra! ¡El sol será quemado por la primera llamarada del holocausto sensatísimo! Y quedará como la cabecita prieta de un fósforo usado.

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