Cósimo Mandrillo
Escribí, hace más de treinta años,
un artículo sobre el discurso histórico en la revista Tricolor, que fue
editado en la hoy extinta Revista de la Universidad del Zulia. Aquello
no fue otra cosa que un ejercicio de aplicación de ciertas teorías de análisis
literario que estudiábamos entonces en la escuela de letras, y puesto que no
seguí el sabio consejo de no hacer vano alarde de las cosas recién aprendidas,
el resultado, como suele suceder con el inmediatismo, no podías ser sino
esquemático, superficial y, lo que es peor, mal escrito.
Aun siendo así, no se me escapa que
aquella elección del tema no pudo haber sido inocente ni casual. En ese
entonces yo, al igual que muchos otros de mi generación, éramos fervientes
lectores de toda clase de comics que se nos ponían al alcance. Me refiero a
cuadernillos del tipo Tawa, el hijo de las gacelas o Chanoc, historietas
que la mayoría de ustedes, jóvenes como son, no sólo no habrán leído, sino que
ni siquiera habrán escuchado mencionar.
Quiero decir con esto, que era yo
un buen lector de historias ilustradas, de modo que Tricolor, al menos
algunas de sus páginas, venía a insertarse en aquella afición lectora de manera
absolutamente natural.
La Tricolor que yo recuerdo
no se diferenciaba en mucho de los ejemplares más recientes que he podido
consultar en estos días. Caía aquella revista en las manos de unos niños que si
bien habitábamos un mundo más amable, padecíamos al mismo tiempo de un
aislamiento y una falta de información inconcebible en nuestro tiempo, ni
siquiera entre los estratos más pobres de la población.
Quiero decir, en fin, que
disfrutaba enormemente la lectura de aquellas páginas de historia que me han de
haber marcado lo suficiente como para que, pasado el tiempo, yo mismo
experimentara por lo menos un par de veces en la redacción de guiones para
biografías ilustradas de personajes destacados del pasado nacional.
Creo haber explicado
suficientemente la afirmación que hice hace un momento en el sentido de que no
podía haber sido casual mi elección del discurso histórico en Tricolor como tema del artículo al que
ya hice referencia. Dicho artículo en lleva por título El mensaje ideológico
de la historia de Venezuela en una revista infantil, y en él se plantea,
palabras más palabras menos, que los acontecimientos históricos se narran de
manera sumamente esquemática y que todo el énfasis se pone en la construcción
de unos personajes cuya dimensión humana se aleja años luz de lo que
consideramos una persona común y corriente, es decir, de nuestra misma
estatura. Como conclusión, se exponía de forma más o menos clara, que este
sobredimensionamiento de unos personajes tan lejanos del hombre corriente,
establecía modelos con los que el lector no podía identificarse y, antes bien,
creaba la idea de unos seres extraordinarios a los que no quedaba más remedio
que admirar y obedecer.
Cito a continuación, textualmente, algunas líneas de ese
trabajo referidas a Francisco de Miranda:
Se le llama indiferentemente “El
precursor, “El supremo comandante en jefe”, “El generalísimo”, etc. Toda esta
altisonancia contribuye a la despersonalización del actuante, quien se
convierte de hombre real y prominente en ídolo venerable. Él es la expresión
del valor y de la verdadera actitud de un patriota, él es en fin el hombre a
quien se debe respetar y seguir.
Cuando se me pidió que participara
en este foro, pensé que el asunto era muy fácil. Bastaría con que mi
intervención tuviese como punto de partida el ya tantas veces mencionado
artículo y que a desde allí hiciese una especie de autocritica de un texto que
no sería sino el producto de ese modo autosuficiente de ser de izquierda que
practican los jóvenes y algunos no tan jóvenes. Fue grande mi sorpresa al
descubrir que, salvo por lo terriblemente mal redactado, no discuerdo hoy del
todo de lo que intenté probar en aquel artículo juvenil. Sigo pensando que esa
no es la mejor forma de contar la historia a los lectores más jóvenes del país,
y que se les hace un flaco favor presentándoles unos mediadores cuya estatura
moral está tan fuera del alcance del promedio de la humanidad.
Está claro que este asunto del
endiosamiento de nuestros personajes históricos, ni era una invención de Tricolor
ni yo estaba haciendo el gran descubrimiento crítico del momento.
El contar el pasado de un modo cuyo
resultado era establecer una especie de élite inalcanzable, élite con la que la
población no puede absolutamente identificarse, dada la distancia que la separa
del hombre común, solía ser una estrategia profusamente utilizada por los
voceros del status quo, al tiempo que agresivamente combatida por el
pensamiento progresista.
Quiero decir con esto, que la Tricolor
de los años 70 respondía a un discurso dominante del cual seguramente
habría sido difícil escurrirse, independientemente de cuán bien intencionados
fuesen los responsables de editar la revista. Ese concepto de la historia y de
los héroes se avenía muy bien con el formato del comic, puesto que tal formato
se presta sobre todo a resaltar visualmente a uno o dos personajes, en primer
plano, mientras que el resto de los mortales no es más que un telón de fondo
que atrás, en la distancia, sirve para adornar la majestad y la prestancia de
quien ocupa el espacio central de la viñeta. Y no ha de ser casual que llegado
un momento, cuya fecha no puedo precisar, Tricolor abandonó ese estilo
de hacer historia. No me cabe dudas de que ese abandono tuvo como motivación la
necesidad de contar los hechos de otra manera, de asumir un paradigma
discursivo diametralmente opuesto a aquél cuyo referente inmediato lo
constituían las historietas en la que lo importante es promover la ideología
del superhéroe, el superhombre capaz de enfrentar situaciones y peligros de un
modo individual mientras los pobres seres observan y se admiran.
No puede ser casual, repito, que un
escrito sobre Miranda incluido en el número 364 de Tricolor, inicie de
esta manera:
Imaginemos a Don Francisco de
Miranda caminando por las calles del centro de Caracas alguna mañana de 1811.
Lleva su peluca muy de moda en Europa en esa época, pero también en los altos
círculos de la provincia que es Venezuela.
Por las calles circulan carretas
templadas por mulas, llenas con productos agrícolas, se ve a negras esclavas
que han salido al mercado a comprar los elementos para el almuerzo.
Obsérvese que han quedado atrás los
epítetos grandilocuentes, sustituidos por una escena de vida colectiva en medio
de la cual se inserta la presencia de Miranda. No es ya el personaje que
resalta en primer plano sobre el telón de fondo de una escena de mercado, sino
un personaje más, distinguido sin dudas, pero un personaje más de esa escena de
mercado que representa aquí la vida toda de una país. Se intenta así contar la
historia de un modo en el cual no sea un individuo quien rija el decurso de los
acontecimientos sino, por el contrario, que los acontecimientos sean el
resultado del accionar del conjunto de los individuos. Permítanme terminar
diciendo que revisitar Tricolor, gracias a los organizadores de este
evento, me ha permitido realizar un pequeño viaje en el tiempo, un reencuentro
con mi afición de lector y de crítico sólo para comprobar que la Tricolor que
se me quedó atrapada en mis recuerdos de la escuela primaria, goza de buena
salud, y que siendo así, gozarán seguramente de mejor salud su lectores
actuales. Gracias por el viaje en el tiempo y gracias por escucharme.
Cósimo Mandrillo (Italia-1951)
Licenciado en Literatura
Iberoamericana y Magister en Literatura Venezolana por la Universidad del
Zulia, Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Iowa
(Estados Unidos). Ha publicado entre otros títulos: Víbora y barro:
Acercamiento a la obra de Gustavo Díaz Solís, Literatura Zuliana siglo XIX: de
los inicios a Ildefonso Vásquez, Antología Poética de María Calcaño,
Migra, Poema de lengua brava, Parte de guerra, El árbol de jugar, El mundo es
una piedra, La ciudad de Udón, El woma azul de tío Pichi, entre otros.
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