Víctor
Montoya
Los
orígenes
Heinrich
Hoffmann (Frankfurt, 1809-1894) fue prestigioso pediatra y
personalidad activa en el ámbito sociopolítico. Después de la
revolución de 1848 se identificó con los ideales del liberalismo
democrático y en 1851 fue designado director de un instituto para
dementes, que en la actualidad forma parte de la clínica neurológica
dependiente de la Universidad de Frankfurt.
Heinrich
Hoffmann, como muchos otros académicos de su época, tuvo
aspiraciones literarias. Escribió piezas de teatro, poesías y
compendios de divulgación científica. El libro que le dio renombre
internacional fue “Struwwelpeter”, cuyas ilustraciones y textos
los concibió mientras ejercía como pediatra. Se cuenta que para
tranquilizar a sus pequeños pacientes, quienes se mostraban
inquietos y nerviosos a la hora de ser auscultados, Hoffmann solía
contarles historias y enseñarles figuras divertidas que, de cuando
en cuando, arrancaban la sonrisa inocente de los niños. Entre los
dibujos de su preferencia había uno que representaba la imagen de un
niño con faldellín rojo y polainas verdes, las piernas y los brazos
abiertos, las uñas crecidas como púas y, sobre todo, con una masa
compacta de pelos desgreñados, donde parecía no haber entrado jamás
un peine. A esta figura siniestra lo llamó “Struwwelpeter” que,
en el dialecto alemán de Frankfurt, significa “Peter asqueroso”
o “Peter desgreñado”.
Heinrich
Hoffmann, en diciembre de 1838, recorrió por todas las librerías en
busca de un regalo para su hijo de tres años. Y, al no encontrar un
solo libro apropiado para esa edad, se limitó a comprar un
cuadernillo empastado, donde empezó a escribir las mismas historias
que contaba a sus pacientes. La primera de ellas, referida al
personaje que más le seducía, decía en su versión original: “¡Ven
y mira esto!/ Así era Struwwelpeter,/ quien durante el año,/ los
pelos no se peinó,/ ni sus uñas se cortó./ La tijera y el peine,/
el siempre evitó./ No era peligroso,/ pero sí estúpido y sucio,/
sin agua ni jabón,/ como un gato sucio./ Los niños no jugaban con
él,/ se le acercaban y le insultaban:/ ¡ Struwwelpeter, así de feo
eres tú!”.
Este
cuadernillo de historias, que Hoffmann entregó a su hijo como regalo
de Navidad, tuvo una inmediata acogida entre los miembros de su
familia y entre los niños que asistían a su clínica. Como por
entonces tenía ya inquietudes literarias y varios contactos en el
ámbito cultural, decidió enseñar el cuadernillo al Dr. Loening,
quien junto a su amigo J. Rötten, dueño de una casa editorial,
quedaron maravillados con las historias e ilustraciones, y no dudaron
en publicarlo, pero sin firmar ningún contrato.
Al
cabo de un tiempo se imprimieron 1.500 ejemplares bajo la supervisión
del propio Hoffmann, quien eligió el formato del libro y la calidad
del papel. Después se expuso en las librerías y, a las cuatro
semanas, se agotó la edición. De modo que el editor, al comprobar
que tenía en sus manos un libro de éxito, firmó un contrato formal
con el autor.
La
primera edición de “Struwwelpeter” (1845), que apareció con el
seudónimo de Reimerich Vinderlieb, contenía una introducción y
seis historias escritas en verso. Para la quinta edición (1847) se
incluyeron cuatro historias nuevas y se cambió el seudónimo por el
verdadero nombre del autor. Desde entonces, el libro ha conocido
centenares de reediciones tanto en alemán como en otros idiomas.
Censura
ético-moral
Las
historias escritas por Hoffmann reflejan los cánones morales y
éticos propios de la Alemania del siglo XIX, y hacen referencia a
las consecuencias dramáticas de la desobediencia infantil, con una
mezcla de ironía y humor negro, pero también con las preceptivas de
una educación marcada por la violencia y el autoritarismo.
Hasta
mediados del siglo XX, sin resquicios para la duda, ningún niño
estaba eximido del castigo físico o psíquico, ni aun habiendo
nacido en el seno de una clase social privilegiada, pues los
objetivos centrales de la educación estaban orientados a forjar
individuos que acataran disciplinadamente las normas establecidas por
la Iglesia y el Estado.
Los
niños carecían de derechos y consideraciones. No podían obrar a su
manera ni participar en las decisiones de su propio destino. En el
hogar, la iglesia y la escuela, se los educaba con autoritarismo y
severidad, premiando a los “sumisos” y castigando a los
“desobedientes”.
Todos
estaban conscientes de que el castigo era el mejor método para
corregir los hábitos indeseados e inculcar los que se consideraban
más apropiados para la vida social, sin que nadie advirtiera que las
secuelas físicas y psíquicas determinaban el futuro de los niños,
llevándolos a reproducir más tarde, con sus propios hijos, la misma
violencia de la cual fueron objetos en su infancia. En consecuencia,
la mentalidad imperante en la sociedad alemana del siglo XIX imprimió
su sello en la educación en general y en la literatura infantil en
particular.
Los
libros de la época, más que recrear y estimular la fantasía de los
niños, servían como instrumentos didácticos, mediante los cuales
se impartían normas éticas y morales. Por lo tanto, jugar con
fuego, rechazar la comida, exigir un capricho, “comportarse mal en
la mesa”, llevarse el dedo a la boca, eran conductas comparadas con
los delitos cometidos contra la institución eclesiástica o estatal,
y, consiguientemente, eran castigados con la mayor severidad.
Los
padres y educadores pensaban que “Struwwelpeter” constituía un
auténtico paradigma de lo que debían ser los buenos libros
infantiles, puesto que el niño, a través de sus textos e
ilustraciones, podía internalizar las normas vigentes en la sociedad
alemana, cuyos cánones de vida eran más autoritarios que
democráticos, aun sabiendo que los niños sienten respeto por la
autoridad de los adultos (poder y castigo), pero ningún respeto por
el razonamiento lógico de ellos.
Si los
niños no quieren ser víctimas del castigo, entonces no tienen otra
alternativa que obedecer las reglas impuestas por los mayores, pues
incluso dentro de nuestra cultura, “la educación conduce con
demasiada frecuencia a la eliminación de la espontaneidad y a la
sustitución de los actos psíquicos originales por emociones,
pensamientos y deseos impuestos de afuera (...) Para elegir un
ejemplo al azar, una de las formas más tempranas de represión de
‘sentimientos’ se refiere a la hostilidad y la aversión. Muchos
niños manifiestan un cierto grado de hostilidad y rebeldía como
consecuencia de sus conflictos con el mundo circundante, que ahoga su
expansión, y frente al cual, siendo más débiles, deben ceder
generalmente. Uno de los propósitos esenciales del proceso educativo
es el de eliminar esta reacción de antagonismo. Los métodos son
distintos: varían desde las amenazas y los castigos, que aterrorizan
al niño, hasta los métodos más sutiles de soborno o de
‘expiación’, que lo conducen e inducen a hacer abandono de su
hostilidad. El niño empieza así a eliminar la expresión de sus
sentimientos, y con el tiempo llega a eliminarlos del todo” (Fromm,
Erich: Miedo a la libertad,
Ed. Paidós, España, 1982, pp. 267-68).
Recién
a mediados del siglo XX, los psicólogos y pedagogos cuestionaron el
contenido de “Struwwelpeter”, considerándolo violento y
espantoso; más todavía, tras los crímenes cometidos por el nazismo
durante la Segunda Guerra Mundial, se ha prohibido su circulación
entre los niños, debido a que algunos de sus personajes evocaban la
mentalidad fascista de un Hitler o un Mussolini; una mentalidad que
no sólo fue producto de un determinado período del desarrollo
histórico-social de las relaciones de producción de tipo
capitalista, sino de ciertos mecanismos psicológicos al interior de
las masas, como ser el sado-masoquismo, la debilidad y la apología
del superhombre. Pero, además, porque el fascismo es un fenómeno
social latente, presto a despertar y materializarse en un general
golpista, en el autoritarismo irracional de golpear a un niño, una
mujer, un anciano o un ser indefenso, como forma de legitimar la
violencia en la “debilidad de las víctimas”.
Entre
los estudios realizados en torno a la literatura infantil alemana,
“Struwwelpeter” ha sido analizado de un modo superficial, y, lo
que es peor, algunos han recomendado su lectura, como es el caso de
la psicóloga Charlotte Bühler, quien se valió de “Struwwelpeter”
para escribir su libro: “Das Märchen und die Phantasie des Kindes”
(El cuento y la fantasía del niño), en el cual, aparte de
desarrollar la tesis de que el desarrollo intelectual del niño
determina las características que debe reunir un libro infantil,
asevera que la obra de Heinrich Hoffmann, por corresponder a la
clasificación de los llamados “libros de imágenes”, es un
manual ideal para educar y entretener a los niños.
Es
cierto que nadie pone en tela de juicio el hecho de que el primer
libro de los niños sea el de las imágenes, y que los libros
infantiles puedan clasificarse de acuerdo a su forma y contenido.
Pero lo que no se puede admitir, bajo ningún pretexto, es el hecho
de que cualquier “libro de imágenes” sea apto para los niños;
peor aún, si éstos encierran mensajes fascistas que amenazan su
integridad física y psicológica.
Argumentos
de la crítica
Culminada
la Segunda Guerra Mundial, todos los analistas coincidieron en
señalar que “Struwwelpeter” es un libro nocivo para los niños,
debido a las siguientes consideraciones:
1.
Una de las historias dice: “El
pequeño Kasper gozaba de buena salud/ Era como un balón, gordo y
redondo/ Hasta que un día se puso a chillar: “¡Bah! ¡Bah!/ ¡No
quiero comer más sopa!”. El segundo día estaba ya flaco y seguía
gritando: “¡No quiero ver la sopa!/ ¡Levanten eso, no la quiero
ver!/ ¡No quiero comer más sopa!”. El tercer día, ya demasiado
débil, seguía gritando: “¡Yo no quiero comer más sopa!”. El
cuarto día, Kasper se puso delgado como un hilo y no pudo
sobrevivir, hasta que el quinto día fue sepultado, con una sopera y
una cruz sobre su tumba...”.
Esta
historia es la que más se contaba a la hora de las comidas, como un
instrumento de intimidación para obligar a comer a los niños, sin
incumbirles los factores que hacen mella en los hábitos
alimenticios. Por suerte, en la actualidad, la pediatría moderna nos
ayuda a comprender que -una vez descartado todo origen orgánico o
funcional- los problemas con la comida son casi siempre
desencadenados por factores de tipo emocional y afectivo de mayor o
menor grado.
Si un
niño se escabulle, patalea, muerde o pone su cuerpo en tensión para
resistirse a comer, debe interpretarse como un síntoma de que tiene
fobia o pérdida de apetito, y que, en vez de amenazas y castigos,
necesita comprensión y afecto de parte de los suyos. También se
recomienda al adulto no manipular con los sentimientos del niño
durante las comidas. Actitudes tales como decirle: “Si no comes te
volverás feo y morirás como Kasper”, “si no comes, mamá no te
va a querer o papá se irá de casa”, son maniobras nefastas que,
en lugar de ayudarle a superar su fobia y recobrar su confianza en el
amor de sus padres, le someten a una mayor angustia y confirman la
falta de afecto. Por consiguiente, referirle la historia de Kasper,
implica martirizarlo y amedrentarlo, sin considerar que el niño no
sólo tiene necesidades fisiológicas, sino también emocionales.
2.
A los niños que se succionan el dedo pulgar, por angustia o
ansiedad, les puede ocurrir como a Conrad, a quien su madre le
advierte: “Debo ausentarme un momento/ Quédate en silencio y
pórtate bien/ Pero, ante todo, te recomiendo:/ ¡No chuparte el
dedo!/ Porque si no vendrá el sastre, con tijera grande/ Y te
cortará el dedo...” En efecto, ni bien se va la madre y Conrad se
lleva el dedo a la boca, viene el sastre con una tijera grande y le
corta los pulgares.
La
historia sobre Conrad tiene una tendencia sádica que, además de
ocasionar traumas en el niño, está al margen de toda consideración
psicológica y pedagógica del porqué los infantes adquieren el
hábito de succionarse el dedo. Según la psicología evolutiva, la
boca, en el primer estadio del desarrollo del niño, es un órgano
sensorial que le pone en contacto con el pecho materno y su mundo
cognoscitivo. Pero, asimismo, la estimulación de la membrana bucal,
que se produce a consecuencia de la succión, le proporciona una
sensación placentera.
Luego
del destete (interrupción simbiótica) es común que el niño se
sujete a objetos transicionales o de sublimación, como ser el
chupón, el dedo pulgar u otro objeto, que actúan de mediadores
entre su sentimiento y la realidad externa, y que le son necesarios
para sobrellevar la ansiedad o angustia provocada por la ausencia o
separación de la madre. Si el chupón, el pulgar u otro objeto
transicional, es una representación simbólica y un sustituto del
pecho materno, entonces es lógico que se le permita al niño
mantener relaciones especiales con los objetos de su preferencia, y
hacer que las guarderías infantiles revisen sus “normas
higiénicas” que, a veces, impiden que el niño lleve consigo su
“objeto preferido”. Por ejemplo, si el niño está aferrado a un
trapito sucio, que simboliza la ausencia de la madre, es probable que
no quiera aceptar en modo alguno un trapito pasado por la lavadora, y
menos aún uno nuevo.
Por
otro lado, el hábito de succionarse el pulgar obedece a varios
factores, entre otros, a que el niño no haya experimentado un
destete positivo o se encuentre en un período regresivo a su fase
oral, en la cual fue interrumpida la simbiosis con la madre.
Consiguientemente, si el niño succiona su pulgar a causa de una
frustración habida en su primera infancia, resulta contraproducente
obligarlo, mediante el castigo o la amenaza, a prescindir de él,
puesto que él mismo lo hará una vez que alcance una mejor
estabilidad emocional.
3.
En “Struwwelpeter”, como en cualquier otro libro que parte de la
base de que el hombre blanco es sinónimo de superioridad e
inteligencia, se cuenta la historia de un niño negro, que dice así:
“Pasando por un camino iba/ Un moro color resina/ Cuando el sol le
quemaba el cuerpo/ Abría su parasol/ Después llegaba Ludving
corriendo/ Llevaba su pequeño banderín. ¡Ven! ¡Ven!.../ Y Kaspar
salía también, comiendo una rosquilla/ También llegaba Vilhem/
Llevando un arco en la mano/ Después vociferaban los tres,
burlándose del moro:/ Eres negro como tinta, ¡he!, ¡he!, ¡he!...”.
Esta
historia, escrita en una época en que Europa tenía todavía
colonias en África, Asia y América, plantea el tema de la
discriminación contra razas y culturas ajenas a Occidente. No se
debe olvidar que los fundamentos del racismo nórdico-germano, en su
lucha contra los judíos, gitanos y negros, estaban cimentados en la
exaltación del hombre blanco -ojos azules, pelo lacio, labios
delgados, nariz recta y físico atlético-, a quien se lo consideraba
el “creador de la civilización”, pero también el ideal de
belleza y la base de la nueva estética racial.
Los
nazis estaban convencidos de que los valores creativos de Occidente
se habían forjado en Alemania y que, por lo tanto, la extinción o
mezcla de la raza aria con otras implicaría la desaparición de la
civilización occidental. Los nazis no sólo se servían de las
teorías socialdarwinistas para explicar la supremacía de su raza
-como la más apta para dominar el mundo-, sino también del libro
“Struwwelpeter, cuyos menajes dirigidos contra la raza negra y su
amplia difusión entre los niños y jóvenes, les servía como un
poderoso instrumento en su lucha antisemita.
El
hombre negro descrito en “Struwwelpeter”, aparte de ser negro
como el hollín, es moro. Es decir, un árabe cuya imagen
estereotipada todavía está llena de prejuicios en Occidente. La
misma palabra “árabe” se asocia a la imagen de los beduinos que
habitan en el desierto, durmiendo en tiendas, desplazándose en
camellos y peleándose por los pozos de agua. Las mujeres visten
prendas adecuadas para ejecutar la danza del vientre y los hombres,
bestiales, corruptos, obesos, sedientos de joyas y riquezas, compran
esclavas en las tiendas de los mercaderes. Esta discriminación
contra el negro y el árabe, como contra los gitanos y los indígenas,
no tiene otra intención que la de legitimar el desprecio del fuerte
contra el débil o la supuesta “supremacía de la raza blanca”;
una mentira universal que los dominantes inculcaron durante siglos en
las colonias.
4.
Si se parte del criterio de que el niño aprende a internalizar los
conocimientos por medio de su actividad sensorio-motriz,
experimentando y manipulando los objetos de su entorno, entonces la
trágica historia de Emma, la niña que queda reducida a un montón
de cenizas por jugar con una caja de fósforos, no sirve como ejemplo
para censurar las “travesuras” de los niños. Además, sostener
la idea de que los niños asimilan mejor los conocimientos estando
quietos y callados, y no mediante una actividad lúdica, es tan
erróneo como creer que los niños pueden internalizar las reglas y
comportarse conforme a ellas antes de los 6 ó 7 años.
La
psicología y pedagogía modernas aconsejan que incluso el entorno
del niño debe estar modelado conforme a su tamaño y su capacidad
cognoscitiva. Los muebles y los objetos con los cuales va a jugar
deben ser apropiados para su edad. No se le puede entregar
herramientas de trabajo hechos de hierro intentando enseñarle qué
es una pala y una carretilla, y cuál es la función que éstos
tienen en el trabajo del hombre. Lo mejor será que la pala y la
carretilla sean de un material que no le haga daño al niño, sobre
todo, que sean herramientas hechas de acuerdo a su edad y su fuerza
física. Los objetos de su entorno deben ser como sus ropas,
apropiados para su contextura física, al menos si se considera que
se encuentra en una edad en la que necesita jugar y moverse
activamente.
5.
Otra historia en “Struwwelpeter” está referida a las
desobediencias de Oscar, quien, por balancearse en la silla del
comedor, cae de espaldas y con el mantel encima. Y, al romperse los
platos, la sopera, los vasos y la botella, su padre le propina una
paliza para enseñarle a permanecer quieto mientras come en la mesa.
Lo que el padre de Oscar desconoce es que ningún niño, por muy
educado que sea, puede permanecer callado y sin moverse durante las
comidas o las lecciones en la clase, ya que ni su capacidad
intelectual ni su sistema motriz se lo permiten.
La
falta de conocimientos o las interpretaciones erróneas acerca del
desarrollo psicológico, intelectual y lingüístico del niño, hacen
que muchos padres no entiendan debidamente la conducta de sus hijos.
Por ejemplo, cuando el adulto escucha una “mala palabra” en boca
de un niño, se siente indignado y sorprendido, y lo primero que hace
es prohibirle o censurarle, porque cree que el niño está consciente
de la connotación semántica de la palabra, y no de que ésta ha
sido incorporada en su léxico como una simple imitación del
lenguaje adulto, así como el loro repite las palabras que escucha en
su entorno.
Otro
error frecuente es creer que el niño que aprende a leer y escribir a
temprana edad, tendrá mayores éxitos en la escuela y en la vida
profesional, comparados con quienes no aprendieron o demoraron
demasiado en hacerlo; cuando en realidad, forzar el desarrollo
intelectual del niño, obligándolo a asimilar un cierto tipo de
conocimientos impuestos -al margen de su interés y capacidad-, puede
tener consecuencias contraproducentes en su vida futura, como eso de
sentir rechazo por la escuela, la lectura o la adquisición de nuevos
conocimientos. Muchos de los niños que llegan al bachillerato
asfixiados por la gramática, la historia, las matemáticas, etc.,
son productos genuinos de una psicología y pedagogía mal aplicadas,
cuyos principios comparten el mismo error: pensar que el niño se
parece más al adulto en su pensamiento que en su sentimiento, y no a
la inversa.
Los
estudios realizados en el nivel preescolar demuestran que cualquier
educación forzada o súper precoz puede destruir los propios
procesos de desarrollo armónico de la personalidad humana,
interfiriendo con la formación de procesos más valiosos que se
produce en el momento en que el desarrollo encuentra las condiciones
más favorables en un determinando período de edad. Es decir, lo que
el niño necesita durante el proceso de aprendizaje no es una
enseñanza precoz y rápida, sino tiempo y más tiempo, y una serie
de elementos didácticos que lo mantengan motivado.
En
síntesis, el libro de Heinrich Hoffmann, más que ser una literatura
que contribuye al desarrollo armónico del niño, es un manual apto
para quienes creen todavía en el autoritarismo de la pedagogía
negra.
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